¿Quién eres?
El verdadero descanso consiste
en “renunciarse” a uno mismo,
aceptar que ser feliz o desgraciado
carece de toda importancia.
Theilhard de Chardin
Algunas veces tras de mí, otras empequeñecida, auto anulada, postrada a mis pies dándome la oportunidad de pisotearla. Luego, enfrente se engrandece aterradora. Cierro los ojos para ahuyentarla y ¡lo logro! Pero al abrirlos ella reaparece insistente en remedar mis movimientos.
¡Maldita! Ha terminado por darme miedo, lo que me recuerda un lugar común: Lo único que debe darte miedo es el miedo. Entonces con tono bravucón la interpelo: ¿Qué quieres de mí, porqué me persigues obsesiva? No contesta, eso me envalentona y recuerdo un dicho de un tal sagitarion: “Lo que en verdad debe darte miedo, incluso aterrorizarte, es no saber a qué le tienes miedo”.
¡Carajo!, tiene razón el tipo ese, primero debo saber quién o cuál es la causa de mi miedo. Insistí entonces en preguntar: ¿Quién eres? Esperé impaciente por una respuesta y, desde la esquina de mis miedos, empotrada en el sótano del sótano de mis dudas, creí escuchar esta enigmática respuesta: “Fui tu pasado, soy de esta época y te acompañaré en tu futuro”. ¡Órale! Pero que insistencia la tuya, contesté como en un acto reflejo. Como Don Juan en la Escena V de la obra de Zorrilla: ¡Cielos! ¿Qué es lo que escuché?/ ¡Hasta los muertos así/dejan sus tumbas por mí! (…) Luego se hizo un silencio quejumbroso, acompasado por la percusión a ritmo afrocubano de mi enloquecido corazón.
Corrí, corrí sin dejar de gritar, mientras aceleraba el ritmo de mis piernas se acrecentaban los retumbos de mi víscera cardiaca hasta que algo dentro de mi estalló en mil pedazos.
Luego desperté entre la lúgubres de las sombras, alguien, no sé por qué motivo abrió una puerta a manera de tapa y… ¡Ahí estaba!, debajo de mí mostrándose a medias. Ya no grité ni pude moverme, al fin la reconocí… ¡Era mi sombra!, que sin decirlo, proclamaba que me acompañaría hasta en la muerte.
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