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No os contaré cómo conocí a O, pues carece de la más mínima importancia. Mejor os diré cómo lo aprecio; como un oasis plácido donde reponerme de las fatigosas jornadas en el desierto de las tentaciones, que pesa en los brazos como toneladas de bruma calando hasta los huesos.

Algunos días, sus palabras derraman la palpable nitidez de los aromas de la Vida en las distorsionadas leyes que resuenan en la húmeda y pestilente prisión que es mi día a día.

Como en la mañana de hoy, estábamos como siempre sentados
en silencio en un banco de algún parque de Durango, cuando dejé de mirar a los alrededores para hablarle, pero me detuve cuando la luz de su mirada recalcó aquellas mujeres de rostro frívolo, carnavalesco, excitante pese a las ataduras.

Entonces una derrota que aún no tiene canciones se inmutó desde sus ojos, asomando por mi oído; un alma gemela a la que hablarle me infectaba como el carcoma.

He sacado una foto del vaso de rutina
justo cuando iba a bebermelo entero,
para que podáis verlo.
– Te regalo un vaso.
– ¿De cristal de bohemia?
– No, este es aún mejor.
– ¿De Swarovski?
– ¡Oh, no! ¡Este es aun más valioso y cercano!
– No sabía que por aquí hicieran tan buenos cristales…
– En realidad este tipo de vasos los hacen en todas partes, pero es mejor que cada uno nos quedemos con los de nuestra zona… De lo contrario nos perjudicaría, y mucho.
– Perdona que te mire con cara de gilipollas, es que no te entiendo, eso que has dicho es muy raro.
– Es un vaso de rutina. Sólo podrás utilizarlo para saciar la sed de Vida. Cada vez que recuerdes a aquella persona que amaste con la que nunca te atreviste a empezar una nueva vida, o aquella persona que tanto te sedujo a la que nunca fuiste capaz de confersarle tu deseo, aquel lugar por el que pasaste de visita pero en que te hubiera gustado quedarte a vivir, aunque no podías, porque no tenías valor, aquel sueño infantil de ser el astronauta o ingeniero que nunca serás, porque estás convencido de que no tienes capacidad, aquel trabajo que tanto te habría gustado aceptar, pero no pudiste arriesgarte porque no tenías valor para hacer un cambio radical, aquella promesa que hiciste a una persona pero ya olvidaste, esa que sólo se te aparece en algunas pesadillas, cada vez que pienses en que hoy te queda un día menos para morirte, o que en cualquier momento puedes contraer una enfermedad terminal… Entonces, sólo tendrás que coger este vaso y llenarlo de rutina, beber con ansia, para que la sed no te queme la garganta… Ni el cerebro.
– ¿Y dónde puedo obtener esa bebida, rutina?
– Me sorprende que preguntes eso, pues es mucho más frecuente que cualquier otra, más incluso que el agua. ¡La rutina está por todas partes! Está en tu despertador, en ese sitio de cuatro paredes donde te encierras a diario para “descansar”, aunque nunca sabes de qué, en esos mismos bares donde acudes cada fin de semana, en esos mismos amigos que tienes desde la infancia, en tu medio de transporte, en tu nevera, en el mando de tu televisión, en el teclado de tu ordenador, en el primer bostezo de la mañana – y el último justo antes de acostarte –, en ese supermercado donde siempre vas a comprar, en esos paisajes que siempre son el escenario de tu vida, en ese sitio donde siempre vas a veranear…
– ¿Y en la comida?
– También. En esa comida que siempre repites, en esos restaurantes donde siempre vas, o en esos bares…
– ¿En una novia, una amante, una pareja?
– Por supuesto; en esa pareja que siempre te habla de las mismas cosas, los mismos motivos, las mismas preocupaciones, el mismo viaje a ninguna parte al que está ansiosa de invitarte…
– ¿En el acto sexual solitario?
– Sí. Ese que siempre repites una y otra vez, porque no tienes nadie mejor con quien compartir el placer.
– ¿Y en el compartido?
– Depende. Si estás tan pendiente de obtenerlo es porque presientes una desnudez bajo un cuerpo cuando te podrías topar con un enigma más apasionante…
– ¿En las drogas?
– ¡Así es! Esas sustancias que te ayudan a “evadirte”, pero que en realidad te hunden la cabeza con su potente brazo siciliano en la orilla de una playa besada por la rutina.
– ¿Hay algún sitio donde no esté?
– En las mañanas en que suena el despertador y lo silencias para seguir durmiendo sin hora para levantarte, en los millones de sitios de cuatro paredes que todavía no has visto, o que sólo viste a través de las películas o internet, en el trayecto a 50 ó 60 kilómetros por hora en lugar de 90 ó 100 cuando vas por carretera con el automóvil, en asientos de al lado cuando decides hacer un viaje en autobús o en tren, en esos caminos que nunca has tomado para volver a casa, porque son más largos, porque quieres llegar antes para ir al trabajo o a la cama… En esa persona que tanto amaste a la que no ves desde hace tiempo, a la que perdiste la pista, que también te está echando de menos, en los ojos de esas cajeras del supermercado donde siempre vas a comprar que te miran con deseo, en los anuncios por palabras de los periódicos y revistas, en los viajes que emprendes hacia ese país que siempre quisiste conocer sin saber qué harás cuando llegues, en esos discos de música polvorientos que tus padres, abuelos y tíos acumularon con los años ya olvidados, en los libros que adornan las estanterías de tu casa, en la guitarra que está de oferta por liquidación en el escaparate de la tienda de tu ciudad, en los museos donde sólo entran personas asediadas por el calor o el frío extremo, en los senderos embarrados de los bosques que tienes al lado pero nunca recorriste a pie…
– Perdona que te interrumpa, pero he de irme.
– ¿Por qué ahora?
– Acaban de darme un toque al teléfono móvil, llego tarde al trabajo. Oye mil gracias por el regalo, hasta mañana.

Texto agregado el 16-09-2016, y leído por 114 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-09-2016 Un poco largo los diálogos, pero la historia es muy buena y esta bien contada. Felicitaciones. 5* dfabro
 
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