En esas noche de verdades, cuando los Budas duermen,
desempolvo mi conciencia navegante y persigo huellas
en la transparencia de las estrellas, con el orgullo vacío.
Busco las promesas que me miran desde las sombras
y que dejaste grabadas en la historia inconclusa de tu vida.
Al final del día, tienen la melodía de una canción desesperada
que se pierde caminando bajo la calle de lo innecesario.
Mi pena es un ángel atrapado en las cenizas de un aplauso,
en el claro oscuro nocturnal tus ojos entornados, asoman
como los clavos de Cristo, multiplicando mi desconsuelo.
Una agonía en dos tiempos, cada noche, se quita la ropa
desnudando lo amargo del estar sin ti y me cubre, estática y fría.
Aún así bendigo lo que de ti vieron mis ojos extranjeros,
y lo mínimo que mis manos recorrieron de tu cuerpo, hoy ausente.
Tal vez porque creo que los buenos habitan nuestra tierra,
dejo de mi esperanza la puerta siempre abierta, por si acaso
te encuentras desolada, vacía y necesita refugio tu desamor.
No es por estar triste, sino porque tal vez, alguna vez me quisiste. |