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Lo que nunca quiso contar Cristóbal Colon
Cuando, aquel 3 de Agosto de 1492, Colon salió de Palos, con sus tres carabelas, no podía sospechar, que, desde el principio, llevaba un polizón, bueno una polizón, la señorita Amaya Beitialarrangoitia Aguirregomezkorta, una vasca de cepa, natural de Durango, que, de tapadillo, se coló en la Pinta, bueno de tapadillo, es un decir, le dejo subir el capitán de la nao, don Martin Alonso Pinzón. ¿Y porque lo hizo? ( dirán Uds), y yo les contesto; pues, por amor, bueno, por amor, y porque don Martin era de muy buen comer, y no estaba dispuesto a comer carne seca y galletas de centeno durante el largo tiempo que preveía duraría el viaje, y, Amaya, que además de ser su amiga, era…., bueno su amiga; preparaba el bacalao al pilpil y las judías rojas con berza, como Di…., iba a decir como Dios, pero Dios seguro que come, ….como más fino.
Don Martin, había subido a Amaya como grumete, ya se sabe, disimulando, pelo corto, y amplias ropas, para hacer ver, en lo posible, que no se trataba de una dama y, aunque nadie en la nave se dejo engañar, hicieron como si no se enteraran, menudo era el Pinzón como para criticarle.
Es de suponer que en la Niña, capitaneada por Vicente Yañez, otro de los Pinzones, también se sabría algo del asunto, pero, lo que sí, es seguro, es que en la Santamaría, donde iba Colon, no se enteraron de nada, ya que, con toda certeza, el almirante hubiera impedido que una mujer formara parte de la tripulación; y no solo por sus propias convicciones, sino ante todo, y sobre todo, por las recomendaciones, o mejor amenazas, que había recibido de su reina doña Isabel, antes de partir.
“Cristóbal, ¡te lo advierto!” le había dicho con firmeza y duro gesto.
“Nada de mujeres a bordo, ni jóvenes ni viejas, y no me vengas con el cuento de que si una cocinera, que si una limpiadora, etc. ¡ni una falda!, ¿está claro?”
Y continúo:
“Espero, no obstante, que entre vosotros sabréis respetaros y no sucumbiréis a ningún vicio nefando, acordaros que desde el cielo, siempre os estarán contemplando”.
“No preocuparos, mi reina” contesto meloso Cristóbal y siguió:
“Considero, consideramos esta misión casi como un mandato divino, y como un intento, no solo de llegar a la India, o quizás descubrir un nuevo mundo, sino de llevar nuestra fe mas allá de los mares, a aquellas pobres gentes, que sin duda lo estarán necesitando”
“Bueno, bueno, menos cuento y lo dicho”, le replico Isabel, agregando todavía otro seco comentario.
“¡Ah Cristóbal! y cuando lleguéis a las Indias, a las indias, ni tocarlas, y mucho menos siendo como serán infieles, iríais al infierno sin remisión” (Pobre reina, no podía ni imaginar lo que pasaría allí después, pero bueno, ella era como era, católica, santurrona, beatona y sobre todo inocente)
“Tranquila mi reina, podéis dormir en paz” le contesto Cristóbal.
Y zarparon bajo la bendición de fray Alonso de Marchena, uno de los religiosos del monasterio de la Rábida, que más le protegía. Y navegaron, y navegaron, primero hasta Canarias, para poder arreglar, oficialmente, el timón de la Pinta, aunque la verdad fue, que por consejo de Amaya, y mandato del Pinzón, lo que hicieron fue acopiarse de papas arrugadas y mojo picón, para hacer, según la vasca, más variados los menús.
Bueno y enseguida, ¡hala!, a atravesar el Atlántico. El viaje, como era de suponer, tuvo sus días buenos, algunos que otros y, un montón de malos; que si tormentas, que si peleas motivadas por el largo tiempo recluidos en los estrechos camarotes, que si criticas porque nunca llegaban, que si amagos de motín, que si ya no podían soportar el comer tan mal y siempre lo mismo, además de mal hecho, y multitud de problemas parecidos.
Pero; a decir del almirante, y así lo recogió en el libro de a bordo, la travesía fue bastante tolerable. Reseñando en varios momentos, lo contento que estaba con el capitán de la Pinta, don Martin, que, además de ser buen marinero, sabía muy bien mantener la moral de la nave, cosa que constataba cada vez que navegaban próximos a su barco, y se oían risas, y cantos procedentes de la misma, eran, sin duda, los que mejor llevaban el viaje.
Y tenía razón, pues Amaya, no solo cocinaba muy bien y para todos sino que a espaldas del Pinzón, alegraba también a la tripulación con otras habilidades extraculinarias.
Y, todo siguió así, hasta la noche del 11 de Octubre, que, aunque aún no habían avistado tierra; el volar de gaviotas y, las variedades de peces que veían pasar al lado de los barcos, era para aquellos avezados marineros, un indudable síntoma de que al día siguiente podrían fondear en alguna playa, aunque ahora., al ser noche cerrada, les fuera imposible distinguir la línea de la costa.
Así que, don Cristóbal reunió a las tres naves, pidiendo a sus capitanes que pasaran a la suya para conversar y preparar el desembarco, que no dudaba estaba al caer. Y, fue entonces, cuando al acercarse la Pinta al costado de la Santa María, el comandante distinguió, en la otra cubierta, a la buena de Amaya, que, ya había perdido la cautela; tenía de nuevo el pelo largo, y vestía como una mujer.
Al bueno de don Cristóbal, casi le dio un infarto, no podía creérselo, no podía aceptar que había fallado a su reina, no podía figurarse lo que podría decirle a la vuelta y no podía adivinar el castigo que le infligirían, si se enteraba, así que, obcecado, tomo una dudosa y drástica decisión, mandó que montaran a la insensata Amaya, en un pequeño esquife y la dejaran a merced de las olas; ya que ni por un segundo mas, estaba dispuesto a aceptar la humillación que suponía su presencia.
Y, así lo hicieron, la abandonaron en la frágil embarcación a su suerte; sin mucha oposición, justo es decirlo, por parte de don Martin, que después, de más de dos meses comiendo bacalao y más bacalao, y habiéndose ya enterado, que su Amaya era algo ligera de cascos, bueno bastante, no estaba por la labor de enfrentarse a su almirante.
Y ni en ese momento, ni al día siguiente nadie dijo nada, quizá ante la perspectiva de que el viaje terminaba, o bien, porque también ellos se habían cansado de Amaya y la daban por “amortizada”, así que se fueron muy tranquilos a dormir hasta la mañana siguiente en que fueron despertados por las jubilosas voces de Rodrigo Diaz de Triana diciendo lo de “tierra, tierra”.
A partir de ese momento, todo fue frenesí, nervios y entusiasmo; cogieron los pendones de Castilla, y las cruces, que tenían preparadas, y se dispusieron a desembarcar y tomar posesión de las Indias, bueno de la isla de Guanahai; que fue donde primero arribaron.
Pero, cuál fue su sorpresa, cuando, según se acercaban a la playa, en las pequeñas barcas, empezaron a ver en la misma orilla, una bandera que ondeaba al viento, una bandera multicolor, que debido a la distancia, no eran capaces de distinguir, hasta que, ya llegando, don Juan de la Cosa el capitán de la Santamaría dijo:
“¡Pero coñ.., si es una ikurriña!, y la sostiene la Beitialrrangoitia (don Juan era un caballero, y prefirió nombrar a Amaya por su apellido al no habérsela nadie presentado) “seguro que anoche fue arrastrada por la corriente y ha llegado antes que nosotros a las Indias. ¿y ahora qué hacemos?” concluyo.
“Tranquilos” dijo Colon, “tratemos de convencerla, de que lo de anoche fue una broma, pero que no obstante, si se le ha ocurrido tomar posesión de las Indias para Euskadi, se va a enterar, y que no olvide que todos los testigos están de nuestra parte” y continuo.
“Martin” refiriéndose a Pinzón, “adelántate, y, por las buenas, o por las malas, quítale la bandera, solo nos faltaba, que en el futuro este nuevo continente, pues me huelo, que es un continente, se llamara Nuevo Euskalberria, o algo así, en vez de América”
Y, así fue, Amaya, después de unas largas negociaciones, se avino a razones, eso sí, acordando, a cambio de su silencio, que se le concediera una concesión para establecer, en estas nuevas tierra, herriko tabernas, que dedicaría, como en su tierra, a la venta de chiquitos de vino de cosechero y tapas variadas.
Colon no tuvo más remedio que aceptar el chantaje, para ocultar lo sucedido, no sin antes repartir, generosamente, algunos doblones entre la tripulación para asegurar su silencio.
Y parece ser que a Amaya, que abrió su primer bar en La Española, “Onegi Hasiera América” (Bienvenido a Casa América), le fueron bien los negocios, y extendió sus bares a través de franquicias por todo el Nuevo Mundo.
Fernando Mateo
Septiembre 2016

Texto agregado el 10-09-2016, y leído por 226 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
19-10-2016 Fermat, esto es re bueno. Me encantó. Lo disfruté muchísimo. Gracias. Marthalicia
13-09-2016 Jamás me voy a cansar de decir que este escritor es extraordinario. Además de un excelente historiador, se nota su conocimiento y su gran ingenio para transformarlo en una historia agradable. EXCELENTE Y FELICITACIONES. Valen sin duda 5* dfabro
10-09-2016 Noooo, si voy a tener que volver a nacer y cuando así sea, pedir que vos y sólo vos me enseñes historia, qué tanto! jajajaa.... MujerDiosa
10-09-2016 Esta chica si que dejo a Dn. Cristobal "Colon".Un Abrazo. gafer
10-09-2016 Mira vos!! Que se la tenía guardada Don Cristóbal. deojota51
10-09-2016 mirá voz, y nosotros que a coro contestabamos: quien descubrió... Cristobal Colon!!!! yosoyasi
10-09-2016 Tu narración es la correcta y así lo atestiguan los documentos desclasificados de Wikileak, te falto agregar que para disimular aún más su procedencia, se le obligo a la chica a decir que era gallega. Y de ahí la costumbre de llamar en Latinoamérica “la tienda del gallego” a todo negocio regenteado por un hispano sea cual fuere su lugar de origen. Gracias por sacar a la luz la verdad y solo la verdad. -ZEPOL
 
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