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LOLA, PIES DESCALSOS...
(Cuento corto)
DANIEL O. JOBBEL


Me acerqué a ella, de modo que mi pecho quedó a la altura de su encantadora cabeza. Nos abrazamos. Cuando Lola alzó la vista, me impresionó su delicada belleza. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Le brotó una. Se disculpó. Le dije que no era preciso hacer escenas tremendas. Le toqué el hombro, la mejilla. Me dijo adiós, aferrándome la mano.
De mi bolso extraje un colgante que le había comprado en Gessel. Se lo entregué. Ella lo miró y me agradeció consternadamente. Lo puso a un costado.-¿Nunca estarás libre, entonces?- preguntó.-Creo que no- dije. Era demasiado tarde para eso.
Fue unos de mis secretos de alcoba. ¿El amor lo guarda todo? Cuento que en mi adolescencia hambreada de sexo me enamore de esa estudiante de periodismo. Le decíamos la francesita, por pronunciar con esa gangosidad la erre irreverente. Casi siempre solía andar descalza. Infantil e instintiva como una gata de tapial, embustera patológica, marioneta sin hilos, con capacidad creadora y provocativa. Mitad etérea, mitad sanguínea y carnal.
Es que Lola dejó rastros de sus proyectos amatorios y de cómo sería sus ideas claras, no sabía o no la entendía, a veces descubría que las mujeres eran más pudorosas, ella leía a Forcault y pensaba las frases como filosofía de vida; ¿qué era lo que podría decirle?, con una mezcla de orgullo e irrealidad; porque estaba muy orgullosa de sus sábanas nuevas y el corazón era su vientre revolucionario, abierto, lo recordaba, abierto dejando ver las venas sin intransigencias, los sudores nocturnos engrasaban el desayuno, lo bebía, de un trago amargo, una y otra, en esa boca de quién esta ahí enfrente, que prendió otro cigarrillo, lentamente, con lascivia, disfrutándolo, "conozco el fondo, lo toqué con hidalguía sabés ", dice ella, uno se queda quieto y se hace oír mediante la parlanchinería del cuerpo histérico, anoréxico o depresivo y el gemido del sexo decifra que la suerte está echada, carne trémula gozando de la imagen en su espejo, el del baño, el del cigarrillo tras el baño y al mirar su figura la imagino condenada a un destino impuesto por el orden patrialcal: "Tú lo rellenas todos los días de material anímico, como un jarro" y es la misma desilusión que se puede leer en los personajes femeninos de Manuel Puig o en Emma Bovary, alguien que ha vivido algo intolerable, una suerte de Orffeo que ha vuelto para contarnos lo indecible:"Morir/es un arte,como todo./Yo lo hago excepcionalmente bien./ Tan bien. Que parece un infierno". Las frases eran piropos sólo para él, espejo sólo, que gratificaba inventar la conversación, que parecía apropiada. Lola, ella: amante de Forcault y no mía.
Por las noches de verano era lindo asomarse a la vereda en aquellos años. Había mucho verde, jardines en algunas casas. En lo de la abuela teníamos palmeras en la avenida Godoy y por Richieri enormes plátanos desgarbados y descascarados. En el humilde patio macetas con helechos, malvones y muchas, muchas flores. Pasaban también parejas enamoradas, sí, del brazo. Lunas marmoladas que se veían entre los techos bajos de las casonas. Ir al centro con Lola era cita obligada los fines de semana. Tomábamos el 15, única línea del barrio, para ir a la confitería Bridge ¿Quién no paseó alguna vez por las galerías de Rosario? ¿Quién no tomó un cafécito en el famoso Sorocabana? ¿Quién no miró siquiera las vidrieras de Ruiz y Rocca, Pecos Bill o Daminato? He recordado algo terrible: haber caminado y reconocido en una pintada sobre el muro el nombre del asesino: Lola, quizás no lo sepa. Ahora podía leer su nombre chorreante escrito en negro, en Juan Manuel de Rosas esquina Cerrito, por Rosas media cuadra al sur; fue un duro golpe. El tipo alguna vez arengó conmigo en una 'básica', tenía mujer, conocía a los hijos.
Andaba suelto y me lo encontraría, tal vez en algún café, bajo la misma garúa, pisando las mismas baldosas…
Por su parte, el mozo de Capotte en calle Cochabamba sumaba interrogantes:
-Nunca pensé ni imaginé esto que se dice sobre el Ruffo. Recién me entero. Fue un jugador y un muchacho más en aquella época. La verdad que me sorprende mucho todo esto. Pasaba información a la 'Servicio de Inteligencia '. Entregaba a muchos que deambulaba por las 'básicas'.
El asesino tenía una marca: ¿En eso quizás se convirtió, en uno más? ¿Las mismas manos que sostienen un vaso de cerveza con expresión canchera habrían sido las mismas manos de torturador? Revolviendo la cucharita en el pocillo de café pensé, más que en su insistencia con la muerte, me encuentre quizás con los versos: "El chorro de sangre es poema: no hay forma de cortarlo".
Pero la vida se fue decodificando en distintos tiempos: Desde el juego de la linterna y el gatillo, las escondidas, las jugarretas escolares, la pelota de goma, los amores de secundaria, esas rayuelas jugadas con una mirada cómplice hacia la rubia de turno, el primer beso robado ofreciendo amor en un ‘cortado’; y ahora ver una moza de café, qué puede tener de gratificante ser moza de café allí en ese Burdel de Bajo, aunque enseguida matizabas, tu pudor matizaba, tu culpa, tal vez tenga un hijo, amor; el corazón bombea fuerte, las pulsasiones a mil, el sudor; la mirás, era ella, aquella Lola, después de más de 23 años, las arrugas en la cara, los años, te parece dudoso que tal vez le importen cosas simples, al levantar la cabeza la viste, no viste sus caderas pero la boca entre otra boca recordaba algún recuerdo indefinible, en los ojos grises las alegrías y con esas manos entrecruzadas entre las faldas cortas, bien cortas, con ellas abrir también las esperanzas a ver si esa persona se acordara de ti; pero trabajar con ellos, para ellos, Lola, esos rufianes de la melancolía, en ese bulín de milícos, todavía llevaba sus marcas, el exilio; claro, los mangos a fin de mes tendrían un origen tan claro pero la loca insistía, dejáte de joder Dano, conozco tu cajón de sueños, no te das cuenta que ser un puro se parece mucho a no ser nada, la pureza y el vacío se parece a ser un idiota, no hay nada más puro que el silencio te decía, y vos no te dejabas convencer pero te tentaba...
Ahora estaba entre sus garras: De la caja de Pandora sacó un conejo como de una chistera propia de Ginger Rogers y Fred Astaire.
La acompañé a su casa esperando alguna propuesta. Llueve copiosamente.
-¿Alguna vez viste detenidamente la lluvia caer?-
Pensé en Credeence.
-¿Vas a entrar o nó? Preparo la cama mientras. ¿Sí? ¡¡El sexo es arte!!, dijo.
¿Puede un huérfano rechazar una manzana?
Y de su escote sacó a relucir el viejo colgante que le regalé hace años. Sinceramente su tortura me conmueve...- .

Texto agregado el 09-09-2016, y leído por 138 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
23-11-2016 ¡Uahuuuuu! ¡Que fuerte es el encuentro con el colgante regalado en el pasado. Me encantó la forma en que el recuerdo, las valoraciones del pasado y y el desenlace se van desplegando con el fluir propio de la consciencia. Marthalicia
13-11-2016 Siempre hay una oportunidad. Aunque hayas visto caer la lluvia alguna vez desde tu ventana abrazado a tu amante. Excelente.***** criterion
09-09-2016 Hey Dani! Que lindo es volver a leerte. Tus relatos tienen la magia de la nostalgias y están cargados de hermosas vivencias y reflexiones. Beso, Julia_Flora
 
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