Me llenabas entera,
me devolvías la vida
en el suspiro que me brindaba
el aura que emanabas.

Me otorgabas las caricias de las palabras,
rebosabas en los versos que desbordaban
de tanto sentimiento en el alma,
y presionabas
con la fuerza de tu interior
entre el resplandor de las llamas.

Con la voz de tu interior
Sucumbías en el lascivo periplo
del brebaje nocturno
e iluminabas la miseria de mis demonios
en el mecer oculto de la luna,
¡Y ardíamos, corazón, de pura valentía!
sobre la noche escarlata
que proyectó un mundo apagado
para la intensidad de nuestra carga humana.

Y te amaba,
Dime, ¿quién podría creerlo?,
palpitabas en mi conciencia
como los vestigios de un incierto anhelo.

Me entregaba temblando
a los infiernos que subyacen
a merced de la humedad de un beso,
y me ponías bien loca
en los juegos del amor,
en las horas de la siesta perdiendo la honra
bajo las frondosas perversiones
que otorgaba la desnudes en las sombras.

Dulce pesar,
posesión insensata de la locura
en la suspensión que aniquila,
en la precipitación de la mirada.

Adormezco de idilio
mientras sostengo a tu ser
en la explosión que proclama mi deseo
sobre las orquídeas
que mi cuerpo, pronto ha de regalarte,
sobre la zozobra
que genera el amor después de consumarse.