Por dos años consecutivos Matuk se había adjudicado el cinturón de campeón; su deseo, retenerlo a toda costa.
Con la ambición natural de un deportista de alto rendimiento se preparó exhaustivamente.
Su oponente era un tipo sólido, algo más joven, con una derecha que auguraba ser demoledora y un rostro de facciones duras, que traslucían el hambre de fama que le estrujaba. Él, en tanto, se enfrentaba al reto con la experiencia y seguridad de las luchas ya ganadas.
El combate inició bastante parejo, sin embargo Matuk fue destacándose, cerrando cada asalto de manera triunfal y constante. Más cuando estaba todo por definirse y ya casi sentía el cinto calzando sobre su torso un robusto y certero golpe lo lanzó en forma feroz hasta el otro extremo del cuadrilátero. Su cuerpo aterrizó contra el piso como agitada masa gelatinosa.
Aturdido cayó, cayó profundo.
En la caída, un sonido retumbó en su mente. Parecía el rechinar de aquellas hamacas que tanto le gustaban. Subir al cielo, bajar y volver a subir… vértigo. El mismo vértigo y cosquilleo en el estómago que sintió mientras corría, escapando, en aquellos años de hambre cuando robaba para comer. El mismo que sintió la primera vez que subió a un ring a pelear contra aquel tipo fornido de mirada displicente, al cual la sorpresa de su puño lo obligó a besar la lona prematuramente.
La furia, el deseo, la ambición, llevaron a Matuk muy lejos; al Olimpo de la gloria, de amigos de ocasión, de amores alquilados y la desidia que brinda el dinero.
Hoy, se había visto en los ojos de su rival. Fiel espejo de lo que fueron sus anhelos. El mismo deseo, jugarse sin miedo al todo o nada. La misma mirada de hambre despiadada.
El rechinar de la hamaca subiendo, bajando... vacía, se fue alejando.
Súbitamente y como un flash, los gritos de la multitud lo sacaron del recuerdo animándolo a levantarse. Él lo deseaba… Sí, lo deseaba, pero no tenía fuerzas. Nuevamente cayó en la inconsciencia.
Los gritos se convirtieron en murmullos lejanos, apenas audibles. Logró alzarse. ¿Cuánto tiempo había pasado? Lo ignoraba.
Le despertó el familiar tañer metalizado, pero en un ritmo musical muy diferente... y ese horrible olor a flores
...supo que había perdido... que lo había perdido todo.
M.D |