Callado y en silencio, rendido de cansancio,
extrañamente, recuerdo que te encontré
confundida entre cuerpos, café y ventanas.
Forastera de un otoño templado en zarzamoras,
sola, desnuda de olvidos, cobijada en sueños,
eras como un epílogo de hembra enamorada.
Mirabas sin palabras transitar la soledad infinita,
buscando un sentido en la geometría de verdugos
disimulados en peatones deambulando ensimismados.
Me enamoré de tus ojos, que tampoco me vieron,
y de esa sonrisa perdida que regalabas a octubre.
Aquella mujer me acompañó en insomnios y en sueños,
exaspero mi paciencia en los días grises de brumas leves,
y acompaño mis vuelos en las brisas otoñales de junio.
Urdí despedidas en el tedioso encierro de noches tormentosas,
conversando con espectros y pensando en ella.
Cuando ya cicatrizaban las heridas olvidadas
rompió la rutina un inesperado y casual encuentro.
La vi primero, haciendo una tregua en mi monotonía,
las hojas cayendo no fueron prioridad. Sus ojos,
cargados de decisiones y sin demasiadas ataduras
se posaron en los míos, recordándome, sinceros
que los sueños no mueren en diciembre. |