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ENLACES

Es extraño como creamos enlaces con cosas insignificantes cuando algo importante pasa en nuestra vida; en ocasiones es solo un objeto, en otras una melodía; otras una carta que se leyó mil veces, pero al final, todas tienen un mismo destino; y aunque en ocasiones uno preferiría ignorar (y así se hace durante mucho tiempo) siempre vuelven a pasar por el corazón las memorias encapsuladas en su existencia.

Jamás imagine que el enlace que hicimos para guardar nuestros recuerdos se convertiría en mi propia verdugo. Solía evitar todo encuentro con ella. Las noches siempre fueron las más difíciles de llevar y solo me reconfortaba los días nublados y lluviosos donde podía levantar la vista, aliviado de que las nubes pudieran ocultar su rastro. En ocasiones, cuando sentía que todo iba marchando bien en mi vida, solía olvidar su recuerdo, pero todo se esfumaba cuando sonriente, veía su sonrisa dibujarse con tanta perfección sobre la noche, que incluso las estrellas dejaban de brillar por un instante. Entonces todo culminaba. Volvía a ensombrecerse mi semblante, el escaso aliento de vida que aun me quedaba, huía de mi voz cobarde incapaz de pronunciar su nombre.

Solía pasar mis tardes dominicales en un pequeño rincón escondido afuera de la iglesia. En ese tiempo Dios era algo muy lejano para mí, sin embargo, hacia sutiles intentos por acercarme a Él. Mi familia era todo lo contrario. Cada domingo mí madre escogía la mejor ropa que teníamos, la ponía con mucho cuidado en unos ganchos de madera cuya edad jamás podre recordar; Preparaba un poco de agua caliente y al instante, mi hermano y yo nos levantábamos para estar listos a la hora acostumbrada. Daniel siempre fue un niño muy alegre y obedecía con gusto todo lo que le decían con una sonrisa llena de inocencia.

En el camino hacia la iglesia mi madre ponía finas capas de maquillaje en las líneas de su piel, tomaba el rubor y disimulaba las marcas de los años vividos como para olvidarlos. Mi hermano y yo mirábamos por la ventana sucia y rayada del metro, las líneas inmóviles de los faros que iluminaban el trayecto; una a una las líneas invisibles que se trazaban en la obscuridad, se iban llevando el tiempo en nuestros ojos de una forma casi imperceptible.

Una vez saliendo del metro, el camino hacia la iglesia se hacía muy corto. Cuidaba que mi hermano no se alejara demasiado mientras mi madre vigilaba nuestros pasos.


Cuando al fin llegábamos mi madre buscaba un lugar lo más cerca posible al pulpito. La iglesia había sido antes una fábrica de clavos y en ocasiones, solía encontrar algunos restos de una época olvidada. Clavos oxidados llenos de tiempo y olvido. Imaginaba por un instante como fueron los días en que los hicieron; ¿cómo eran las personas que habían trabajado en ese lugar? Quizá alguno de ellos lo tiro por descuido, preocupado por pagar la renta, o quizá jugando con sus compañeros, fue arrojado sin preocuparse por su destino, ya que en ese entonces existían muchísimos como él y ahora, era el único sobreviviente de aquellos días, guardando memorias rotas y tiempos invisibles.



A pesar de la molestia de mi madre, siempre buscaba la manera de sentarme aparte, argumentando que ya era demasiado grande como para hacerme responsable de mis propios pecados, pero todo era una vil mentira. Mi intención solo era tender un poco de tiempo y espacio, quería salirme y disfrutar alguno de los libros que llevaba en mi mochila, libros que mi madre desconocía, ya que de haber visto alguno, lo habría quemado junto a toda la basura por considerarlo un libro que te alejaba del camino de salvación. Aunque para mi madre, cualquier libro que no fuese la biblia poseía esas facultades. Tal vez su constante negación hacia ese tipo de libros, era lo que me impulsaba a leerlos.


Cuando al fin encontraba la manera de salir, caminaba tranquilo hasta una banca de acero situada a espaldas de la iglesia. Cubierta siempre por la sombra de un roble ligeramente inclinado como si alguna forma intentase escuchar las oraciones de los feligreses.


Encontraba en ese lugar cierto placer, me sentía parte del mismo árbol. Observando, escuchando, siendo testigo del mismo tiempo que convertía el simple aleteo de una mariposa, en una danza eterna con el viento. Me gustaba ver como los rayos de luz irrumpían con suavidad entre las ramas y las hojas, admiraba su tenacidad pues al final siempre conseguían llegar a su destino.



Ese pequeño espacio, se había convertido en mi lugar favorito, cada instante, cada momento que pasaba ahí, una parte de mi alma se unía para siempre al espacio vacío entre el tiempo y el olvido. En ocasiones, llegaba a olvidar casi por completo, toda mi vida. Me transformaba en una rama mas, la frágil brisa caía como suave bálsamo a mi olvido y no era nadie; y nada era mío.



Algunos días no había nadie a mi alrededor, entonces, cerraba mis ojos y emitía un suspiro tan profundo, que toda la vida que flotaba en el aire, se me metía de golpe, llenándome de una alegría tan sutil y ligera como el mismo viento.



Cierta ocasión, mientras solía dirigirme a aquel santuario construido con tinta y hojas secas, una criatura más angelical que humana, estaba sentada en mi banca. Por un instante sentí cierto desconcierto, era como si el tiempo se hubiera detenido para poder contemplarla y yo hacía lo mismo, no podía dejar de mirarla. Empecé a contemplar cada uno de sus detalles; sus ojos negros como el abismo, miraban sin sentido algunas viejas ramas; en su piel se vislumbraba la esencia misma del cielo; parecía como tallada en un mármol tan puro, que de quedar inmóvil, se habría convertido en una Venus o un ángel y, como para disimular sus alas, hilos de oro ondulantes cubrían su espalda.



Di un paso atrás anunciando mi retirada, pero el lamento furtivo de unas ramas muertas llamo su atención. Un instante lleno de eternidad invadió mi alma; su mirada desnudo por completo la mía, era como si pudiera leerme por completo y antes de poder responder; sentencio su veredicto sobre mí con una ligera sonrisa. Me sentí absorbido por un encanto divino. Avance hacia ella impulsado por un sentimiento desconocido, era una extraña combinación de miedo y valentía. La contemple un último instante antes de recobrar la cordura. Le hice una pregunta simple, ¿Quién eres?, Desvió la mirada por unos segundos como si intentase arrancar la respuesta del aire. Regreso la vista hacia mí y estirando la mano, me pido que me sentara a su lado. El destino ya tenía preparado ese momento para mí.



Sin demora me senté a su lado. Yo aun seguía aturdido por el encanto de su voz. Aquella chica era de esas personas que no necesitaban la voz para romper el silencio.



-¿a quién lees?, me pregunto mientras miraba discretamente mi libro. Recordé que tenía un libro en las manos. Le mostré la portada y le dije el título del libro. Por ese tiempo me estaba aficionando mucho a los libros de Ruiz Zafón. Ella mostro cierto curiosidad por mi lectura y me pregunto si podría prestarle el libro cuando terminara de leerlo, asentí con una sonrisa. Se levanto y sin ninguna advertencia, tomo mi mano entre las suyas diciéndome que estaría esperándome ahí la próxima semana, me lanzo una fina sonrisa y se marcho. Yo solo pude observarla atónito por todo lo que estaba pasando y sin decir una palabra, alce mi mano para despedirme mientras veía como su presencia se desvanecía tras la sombra de sus últimos pasos. Sentí una punzada en mi pecho que ardía como el mismo infierno, me senté lentamente en la banca asustado por lo que estaba sintiendo; intente clamarme diciéndome que todo había sido una ilusión, un sueño, pero todo fue en vano cuando me di cuenta que aun tenía mi mano cerrada. La empecé a abrir lentamente, un escalofrió recorrió todo mi cuerpo, mi corazón se detuvo un momento, mientras mis pupilas se dilataban lentamente al contemplar un pequeño reloj con un tiempo congelado en el momento exacto de su partida. Volví a cerrar mi mano y guarde el reloj en mi bolsillo. Tome mis cosas y regrese a la iglesia aun dudando si había sido real.






Texto agregado el 05-09-2016, y leído por 174 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
05-09-2016 Gracias. Un relato realmente mágico. De la magia que sale de ti. ***** Nazareo_Mellado
 
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