Atrapar historias no resulta nada fácil; de repente asoman un poco por ahí, pero de inmediato se esconden, son escurridizas y muchas de las veces inaprensibles. Cuesta bastante trabajo impedir que se vayan y desaparezcan sin dejar rastro. Una memoria breve, escrita a vuela pluma, quizá pudiera remediar un tanto su huída total. Una huella ligera, que le permitiera al que escribe, recuperar poco a poco la parte medular de la historia o completarla con detalles nuevos inventados ex profeso, dándole una manita de gato para lograr una gran historia o acaso echarla a perder.
Por esa sencilla razón, pretendo dejar aquí algunas huellas breves que podrían significar el comienzo de alguna buena historia:
1.- “Cantar como perro”: sé bien que los perros no cantan, que ladran o cuando más aúllan a veces.
2.- Takujo: en Japón, fiera que tiene el don de la palabra.
3.- Alimentador de sueños: frase que aparece en una canción del grupo “El último de la fila”.
4.- “La muerte nos vuelve ángeles a todos”: frase de Jim Morrison.
¿Estas huellas podrían ser suficientes para atrapar una historia?... Supongo que la imaginación del escritor, su vehemencia, talento y capacidad de trabajo, serían facultades importantes para lograrlo.
Aunque no todo lo anterior es rigurosamente cierto, porque existen también historias dóciles que se dejan atrapar casi sin luchar o hasta como queriendo entregarse así nomás; como cuando eres tímido o estás asustado o eres muy ingenuo o confiado o estás enamorado y te entregas por completo sin lanzar un solo golpe. Son historias que parecen pedir un poco de atención, de cariño, de migajitas de amor (como reza la canción).
Esta breve disertación no conduce a ningún lado. Total, las historias buenas o malas, fáciles o duras de atrapar, se van con quien quieren (como muchachas malas), con quien se les antoja, sin importar que muchos de los que jugamos a escribir suframos por ellas, y que en variadas ocasiones hasta derramemos lágrimas amargas (¿o de cocodrilo?) por su ausencia.
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