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Mientras cerraba la mochila pensaba en el viaje que me esperaba. Un año planeando la travesía, comprando de a poco el equipo necesario para la sobrevivencia en la nieve. Quizás no tenía los conocimientos más óptimos para la aventura que me esperaba, pero si la experiencia de 8 años de trekking por los cordones montañosos de la cordillera de los Andes. Es verdad, reconozco que nunca he andado por los Andes en época invernal, es el verano mi tiempo favorito para realizar estas actividades, quizás la seguridad de encontrar un terreno no tan hostil como en invierno, me daba las energías suficiente para embaucarme en este pasatiempo. La cobardía y el miedo, creo que esa es la mejor respuesta a mi pavor de subir montañas de hielo. Vencer mis miedos y derrotar mis demonios internos, esa es mi motivación ahora.
Ya son cerca de las 5:30 de la madrugada, y me encuentro en el terminal de buses de Talca, esperando a mis fieles amigos, quienes se han sumado a este viaje. Estoy solo en los andenes y el primero en aparecer es Claudio ‘’Topo’’ Barrientos, el más joven e inexperto de nosotros. Cargaba una mochila de 80 litros, más una carpa amarrada en la parte superior de esta.
- Hola Topo, ahora pareces tortuga cargando tremenda mochila. - Le dije mientras estrechaba su mano helada. - Hola Miguel, pensé que sería el primero en llegar, tu siempre tan motivado. - Si, ya sabes cuánto llevo esperando este viaje. Sentémonos en las bancas y esperemos a que lleguen Rodrigo y Francisca.
Al Topo lo considero mi mejor amigo, nunca pensé llegar a estimar a alguien tanto como a él. El Topo estudia periodismo, siempre fue muy hábil en las comunicaciones, recuerdo que cuando estábamos en el colegio, era él quien animaba los aniversarios, era gracioso verlo con su no más de metro sesenta de estatura y vestido de forma muy alegórica en cada día que duraba el aniversario. Quizás era eso lo que más me llamó la atención de él, su personalidad. Hace 3 años que Claudio pasó a ser uno más de la familia, fue el único que estuvo
siempre conmigo en aquel fatídico momento de mi vida, el accidente de mi hermano mayor. Aquel suceso marcó hondo en mi ser, cambió para siempre a mi madre y dejó un vacío en todas las tertulias familiares.
Toño, mi hermano, era andinista profesional, con sus casi 35 años ya había subido 3 veces el Aconcagua y se preparaba para escalar el Everest. Fue en uno de sus viajes de preparación en que trajo la tristeza a nuestro hogar. Iba con sus amigos a la montaña Roca Negra, es un pequeño cordón montañoso que se encuentra al este del Volcán Chillán, cerca de la frontera con Argentina. El viaje lo realizaba con sus dos mejores amigos, Felipe y Cristian. Este último es el único de los tres que aun sube montañas. A Felipe lo recuerdo con mucho cariño y afecto, era el más hiperactivo de los tres, y siempre decía las mismas palabras: si algún día muero, que sea en la montaña. Dicho y hecho, en aquel viaje, los tres amigos se enfrentaron a una tormenta de nieve, se encontraban muy lejos de su campamento base, Felipe no soportó el frío y murió congelado. Mi hermano y Cristian lograron sobrevivir aquella noche junto al cadáver de su amigo. Al día siguiente, Cristian y Toño lo sepultaron en la nieve y juraron nunca revelar el sitio donde estaba. Fue en el camino de vuelta en donde mi hermano tropezó y cayó por un risco. Rescate Andino logró recuperar el cuerpo inmóvil de mi hermano y traerlo de vuelta a Talca. Recuerdo que el accidente salió en diarios y noticieros de televisión. Cristian tampoco logró ser el mismo de antes, algo de él no volvió de ese viaje.
A diez minutos de que el bus salga, logro ver a Rodrigo y a Francisca entrando al terminal, Claudio les hace unas señas y ambos se acercan
- Pensé que se habían arrepentido, me alegra verlos. –dijo Claudio mientras abrazaba a ambos - ¿Arrepentido? ¡Nunca! No les permitiré que se diviertan sin nosotros. –dijo Rodrigo. - Ya, vamos a dejar nuestras mochilas al portaequipajes del bus, está a punto de salir. –les dije, y de forma automática caminamos hacia el auxiliar del bus.
Al subir al bus, Claudio y yo nos sentamos juntos, y en los asientos de al lado, se sentó Rodrigo y Francisca. La Fran, como le decimos, es polola de Rodrigo. Ella es scout, tiene 25 años y es enfermera de profesión. Se conoció con Rodrigo en Las Torres del Paine. Fue un verano, hace 4 años, con Rodrigo decidimos viajar a ese parque para conocerlo, y en una de las tantas caminatas, mi compañero de aventuras se torció el tobillo y cayó al suelo gritando de forma desgarradora. De la nada, apareció una pelirroja muy esbelta, la Fran, miró al fracturado y de su mochila sacó equipo de primeros auxilios y ayudó a mi amigo. Ella se encontraba con una patrulla scout, los cuales, ayudaron a cargar a mi amigo de vuelta al refugio, la Fran y Rodrigo nunca más se separaron. Él es mi amigo de aventuras, nada más, hemos estado en muchos lugares del país acampando, él tiene el mismo espíritu que yo, ya que él, es el hermano menor de Cristian.
- ¿Estás seguro de lo que estamos haciendo?-preguntó el Topo, mientras le pasaba el pasaje al inspector. - Si, necesito ir allá, necesito enfrentarme a esto y recuperar la brújula. - Ni siquiera estás seguro que la brújula esté allá, pero me emociona y me motiva ver tu seguridad. Creo que tendré una buena historia para contarle a mis nietos. Debes estar muy contento, vienes de una familia de andinistas, partiendo por tu abuelo, sin olvidar a tu padre, toda una leyenda.
El Topo sin tener experiencia en montaña, es todo un erudito en el tema. Pertenezco a una gran dinastía de andinistas, mi abuelo, un gran escalador, gran parte de su tiempo se lo pasó en los Alpes. Todos mis tíos heredaron la pasión y el talento, sin embargo, mi padre fue excepcional. Escaló las 7 cumbres del mundo, fue el primer sudamericano en escalar el monte Everest, sin tubos de oxígeno, subió 6 veces el Aconcagua y reporteaba para la más prestigiosa revista de outdoors del mundo. Recuerdo que mi madre lloraba cada vez que mi padre partía de excursión. Murió en un accidente automovilístico, hace 15 años, se durmió al volante y volcó. Unos días antes de morir, mi padre le obsequió una brújula a mi hermano, el Toño recién comenzaba a aprender a escalar. La brújula
tenia nombre, se llamaba ‘’Esperanza’’. Esperanza era la regalona de mi padre, la usaba siempre y se le heredó a mi hermano como una especie de traspaso de mando, papá ya tenía casi 60 años y decidió despedirse del andinismo obsequiándole la brújula a mi hermano. El Toño iba con ella para todas partes, y cuando la brújula estaba dañada, simplemente no iba y suspendía todo.
- Miguel, acá está el mapa que dibujó Cristian, según él, no deberíamos perdernos. –dijo Rodrigo, mientras me pasaba una hoja de papel. - Puedo ver que Felipe está sepultado a 8 horas de la cabaña de piedra, debemos partir mañana antes de las cinco de la madrugada. - Si, lo mismo pensé, si mis cálculos no me fallan, llegaremos hoy a las cuatro de la tarde a la cabaña de piedra, podremos prepararnos bien para mañana.
La cabaña de piedra o mejor conocida como Garganta del Diablo, es una construcción con casi 100 años de historia, se encuentra asentado en el cerro El Gato, en la localidad de Las Trancas. La Garganta del Diablo es muy conocida por los amantes del trekking, es uno de los mejores refugios de Chile y está totalmente equipada. De igual manera, debíamos contemplar que eran casi 16 horas que nos íbamos a encontrar fuera del refugio y que por eso debíamos llevar una carpa de emergencia, por si debíamos acampar a la intemperie.
Llegamos a Chillán pasada las ocho de la mañana, debíamos tomar un bus que nos llevara a la localidad de Las Trancas, pero antes debíamos desayunar.
- Espero que mi hermano tenga razón y el viaje no sea en vano. Igual hay muchas probabilidades que la brújula esté en el risco, en donde cayó el Toño. Aunque siendo sincero, me da bastante miedo profanar una tumba, menos si es de alguien conocido. –dijo Rodrigo, mientras caminábamos por la plaza de Chillán. - Lo dudo, mi hermano siempre llevaba la brújula enganchada a su chaqueta, y todos sabemos que la chaqueta yace sepultada con Felipe, en los Andes.
Cuando bajaron a mi hermano del helicóptero, aquel fatídico día, notamos que no traía su chaqueta de alta montaña, traía puesta la chaqueta de Felipe. Cristian nos contó que unas horas antes de morir Felipe, intercambiaron chaquetas con el Toño, la chaqueta de Felipe no era térmica, y este se estaba congelando.
Luego de desayunar, caminamos en dirección al terminal de buses. Nos subimos al primer bus que iba hacia Las Trancas y emprendimos el viaje. Anduvimos por casi 2 horas y nos bajamos en la carretera, justo fuera de un retén de Carabineros. Los lugareños nos informaron que debíamos caminar por la carretera, unos 2 kilómetros, hasta encontrar un paso hacia el cerro El Gato. Después de 20 minutos caminando, logramos ver un pequeño paso, en el cual se veían unas huellas de personas, nos adentramos. Luego de unos 30 minutos, comenzamos a ascender por un sendero, de forma muy repentina fuimos tomando altura, lo bueno era que la nieve no estaba endurecida, eso nos ayudaba bastante en el ascenso.
Entramos en un bosque en donde había Lengas y Pinos, todos cubiertos por la nieve. Había marcas de conejos y zorros, de fondo se escuchaba un tronar de pájaros carpinteros. Era el Topo quien nos iba relatando todo lo que veíamos, era un experto en flora y fauna, y por lo visto, había estudiado la ruta muy bien.
- Debemos estar cerca, llevamos más de dos horas de ascenso. –decía la Fran, mientras veía su reloj y se detenía para beber agua. - Creo que debimos traer el GPS, nunca he confiado en las indicaciones de lugareños. Lo bueno es que el mapa está muy claro. –dijo Rodrigo con una mueca de desagrado. - ¿Dónde viene Claudio? Hace más de 20 minutos que no nos ha dado una cátedra del lugar. –pregunté - Nunca debiste invitarlo, él no está acostumbrado a nuestro ritmo, creo que nos va a retrasar. -dijo Rodrigo, mientras se sentaba en una roca. - ¡Aquí estoy! ¿podemos descansar unos 10 minutos? –gritaba Claudio, desde lo profundo del bosque.
El Topo y Rodrigo nunca se llevaron bien, mejor dicho, es Rodrigo el antipático. A veces pienso que siente cierto grado de celos de mi amigo. Mis dos amigos poseen personalidades muy distintas, El Topo es más introspectivo y sumiso. Rodrigo, en cambio, nunca se queda callado y su carácter es fuerte, no tiene muchos amigos.
Al retomar la marcha, logramos divisar la silueta de La Garganta del diablo, la cual se encontraba en la cresta del cerro, a unos 30 minutos caminando. Los cuatro celebramos el hecho, la primera parte del viaje estaba lograda.
Llegamos en el tiempo estimado, Francisca se ofreció para cocinar y el Topo para lavar. Rodrigo y yo nos aprendíamos la ruta y la marcábamos en un mapa del Instituto Geográfico Militar que se encontraba pegado en la muralla del refugio. Lo bueno es que el mapa que nos había dibujado Cristian calzaba a la perfección con el mapa del refugio.
Comenzaba a anochecer, el clima comenzaba a cambiar, todo el día alumbró el sol y no había nubes a la vista, ahora el panorama cambiaba, una niebla espesa caía y el cielo se cubría por completo. Era momento de dormir, como líder del grupo, dije unas palabras en forma de arenga, luego di unas instrucciones y el itinerario del día. Pedí que todos pusiéramos las alarmas y que debíamos levantarnos a las cuatro de la mañana, para estar saliendo a las cinco. Luego de terminar con mis palabras, apagamos las velas y cerramos los ojos.
Creo que esa fue la noche más larga de mi vida, por mi cabeza pasaban muchos escenarios de lo que podía suceder, sabía que nos íbamos a encontrar con un clima adverso, al que no estaba acostumbrado, sabía que no era seguro encontrar la brújula de mi hermano, sabía que el Topo era inexperto y que nos retrasaría, en fin, cerré los ojos y vi el rostro de mi madre, llorando y pidiendo que no hiciera este viaje, rogando que no hiciera esta estupidez. Tengo miedo, y eso me alegra, el miedo nos hace humanos y evita que cometamos estupideces, el miedo es mejor método de autodefensa que nos pudo brindar la madre naturaleza.
Al sonar la alarma, notamos que el Topo ya estaba en pie, eso nos alegró mucho, la motivación de Claudio era una inyección extra para nosotros. Luego de tomar desayuno, abrimos la puerta del refugio para contemplar la mayor oscuridad nunca vista por nosotros, era algo intimidante. Cada uno se colocó su linterna led para la cabeza y nos embaucamos en la travesía.
Como primer objetivo fuera del refugio Garganta del Diablo, era llegar al volcán Chillan, eso nos costaría alrededor de 6 horas. La nieve se encontraba muy endurecida, y eso precipitó a que nos pusiéramos los crampones lo antes posible. Pasada unas horas, comenzó ponerse más claro, lo positivo era que no había niebla, sin embargo, el cielo estaba gris, nuestro temor radicaba en una posible tormenta que pudiese desatarse.
- Me da la impresión que cada paso que doy, el volcán se aleja dos más. dijo la Fran. - Que imponente se ve el volcán, el corazón me late cada vez más rápido con cada paso que doy, esta emoción debieron sentir nuestros hermanos, Miguel. –decía Rodrigo, muy agitado producto del cansancio. - Sí, creo que debemos apurar el paso. –respondí de forma muy cortante, no quería llenarme de sentimentalismos, temía que nublara mi juicio y me desconcentrara.
Pasada unas horas, la pendiente del volcán se pronunció más, y decidimos amarrarnos unos con otros, ya que el viento comenzaba a soplar cada vez más fuerte. El Topo iba muy agitado, era el más cansado de todos nosotros, podía leer en su rostro el cansancio que lo inundaba, habría la boca exageradamente, para acaparar cada centímetro cubico de oxígeno. Una vez llegados al cráter, hicimos una pausa de 30 minutos, contemplamos la hermosa vista. Desde el cráter, se lograba apreciar el volcán Antuco y el Sierra Velluda, ambos ubicados cerca de la ciudad de Los Ángeles. Luego del tiempo establecido, nos pusimos de pie, sin embargo, el Topo no era capaz de levantarse, sus piernas temblaban. Lograba leer nuevamente su rostro, esta vez no una cara de cansancio, sino más bien, de frustración.
- Deseo quedarme acá, no soy capaz de seguir adelante, están a menos de 3 horas de la sepultura de Felipe, yo los espero acá. –dijo Claudio, mientras le corría una lagrima por la mejilla. - Muy bien, sigamos adelante, que bueno que te percataste. –dijo Rodrigo - No te preocupes, debes descansar, nosotros estaremos en menos de 5 horas de vuelta y te pasaremos a buscar, evita no dormir. –dijo la Fran, mientras miraba de forma agresiva a Rodrigo.
Continuamos el viaje, esta vez ya estábamos más cerca. Revisábamos el mapa de forma muy minuciosa, debíamos encontrar una roca gigante en forma de estrella, esa roca nunca se cubría de nieve. Una vez llegado ahí, debíamos bajar por un risco de 15 metros de altura, el mismo risco donde cayó mi hermano.
Logramos llegar con éxito a la roca estrella, luego venía la misión más importante, descender por el risco. Colocamos las cuerdas y con ayuda de los arneses comenzamos el descenso, cada salto que daba, recordaba por donde había caído mi hermano, era un poco traumático. Pasado unos minutos, logramos descender.
Continuamos por una huella de rocas volcánicas que había, como si el camino hubiese estado marcado para nuestro propósito, luego de unos minutos de caminata, encontramos un montículo de piedras, ordenadas como pirámide. Al revisar el mapa, notamos que había una pirámide dibujada con un nombre debajo, Felipe.
Francisca se puso de espaldas al montículo, se negaba a participar de dicha exhumación. Con Rodrigo fuimos quitando roca por roca. Mis manos se rasgaban con cada piedra que quitaba, cabe mencionar que las piedras eran muy filosas, muy parecidas a la famosa piedra laja. En una de las rocas que Rodrigo sacó, notamos que se podría ver la punta de un zapato. En ese momento ambos nos miramos, y nos detuvimos unos minutos, nos sentamos y bebimos agua, luego de eso, noté que él comenzó a orar. No conocía esa faceta de mi buen amigo, luego de rezar, se puso de pie y continuó sacando las piedras.
Cada roca que retirábamos asomaba una parte del cadáver de Felipe, el clásico buzo impermeable de color rojo fosforescente, su favorito. Veía su mochila, la tenía sobre el estómago, tenía todos los bolsillos y compartimientos cerrados. Y al destapar las rocas de los brazos, pude notar la chaqueta del Toño. El color azul rey con las rayas amarillas y las costuras deshilachadas. Con Rodrigo hicimos la promesa que no destaparíamos la cabeza de Felipe. Quitamos la mochila de su torso y logré apreciar los parches que mi hermano cosía en el lado derecho de la chaqueta, de todos los lugares que había visitado, ya no tenía más espacio para colocar más. Bajé el cierre de la chaqueta, y metí la mano en un bolsillo secreto que esta tenia. Mi mente se nubló, mis manos se congelaron aún más, lograba sentir el bronce helado de la brújula, la apreté con mi mano y la saqué de un solo tirón. Lo primero que hice fue abrirla, mis ojos estaban rojos y llorosos, por fin podría hacer volver a casa una parte del Toño, quizás la alegría no volvería, pero si se iría gran parte de la tristeza que inundaba mi hogar. Todos nos abrazamos, tapamos a Felipe y marchamos de vuelta.
El regreso se hizo más rápido, llegamos al risco y comenzó la misión ascenso. Comenzamos a escalar, todos muy concentrados, excepto Rodrigo, lo veía muy fatigado. La exhumación lo afectó física y emocionalmente. Fui el primero en llegar a la cúspide, unos minutos después lo hizo la Fran, sin embargo, su rostro estaba muy pálido y el mentón le tiritaba, tomo un poco de aire y me dijo:
- ¡Miguel! Rodrigo se niega a continuar, dice que no puede mover las piernas y ha comenzado a llorar, necesito que me ayudes a subirlo.
Me puse de pie y fui en auxilio, mire por el risco y Rodrigo no paraba de llorar, volví a ponerme el arnés y Francisca me ayudó a bajar. Rodrigo se encontraba a diez metros del suelo, cuando logré bajar donde estaba él, lo miré, le di agua, conversamos durante 15 minutos, mi buen amigo estaba exhausto y emocionalmente destrozado y no quería aceptarlo, luego de unos minutos, decidió volver a subir. Quizás las palabras que le dije lo motivaron a continuar, palabras que no pienso revelar.
Volvimos lo antes posible al cráter, vimos al Topo muy contento de ver nuestro regreso, me miro a los ojos y no preguntó cómo nos había ido, él sabía que habíamos tenido éxito. El regreso a la Garganta del Diablo fue más expedito, Rodrigo se veía más amable con Claudio y este último me miraba cada vez con cara de sorprendido. Logramos descender el cerro El Gato sin mayores problemas, una vez llegados al bus para el regreso a Chillan, Rodrigo pidió sacar una foto grupal a un lugareño que pasaba. El viaje de regreso fue distinto, existía una atmosfera totalmente contraria al camino de ida. Creo que ver el cuerpo de Felipe congelado, ayudó a que entendiéramos lo frágil que somos, que la naturaleza es la que manda. Todos aprendimos esa lección, Rodrigo fue el que más aprendió del viaje y eso me alegra, recuperé al viejo amigo de aventuras y formamos un nuevo equipo de expedición, un viaje muy enriquecedor.
Al llegar a Talca, todos nos abrazamos y nos dimos un fuerte apretón de manos de despedida. Claudio se comprometió a que esta no sería la única aventura que les contaría a sus nietos, que para nuestro próximo viaje contáramos con él. De forma solitaria camine hacia mi casa, esperaba el fuerte abrazo de mamá. Cada paso que me acercaba a casa, apretaba más fuerte la vieja brújula de bronce. Mi meta de un principio era llegar donde Felipe y encontrar la brújula, sin embargo, todo el tiempo estuve errado, la meta de todo andinista es llegar a casa, mi padre me lo enseño, mi hermano me lo repitió y yo lo olvidé.
Al abrir la puerta, mi madre me miró y se puso a llorar, me abrazó y me dio un beso en la mejilla. Yo me quité mi mochila, y caminé hacia el dormitorio contiguo de mamá, abrí la puerta y ahí estaba, el Toño, conectado al respirador artificial y a innumerables maquinas que lo mantenían vivo, en estado inerte, pero, vivo. Saqué de mi bolsillo la brújula de bronce y la abrí, se la mostré y de sus ojos cayeron lágrimas, nunca en su estado actual lo había visto llorar. Ahí supe que la misión había terminado, había llevado a casa una parte importante del Toño, esa parte que había quedado sepultada en los Andes. Unos podrán llamarla una simple brújula, el Toño y yo siempre la llamaremos Esperanza.

Texto agregado el 05-09-2016, y leído por 168 visitantes. (0 votos)


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