¿Y?




No vine a ver si puedo, sino porque puedo vine, dice una expresión popular de mi gente. Ay esa gente, mi gente, a quienes les vendría bien si la vena de la expresión popular se explotara como un bien sujeto a la demanda económica de compradores, ¡cuántos pobres dejarían de serlo! Sería el “mercado del decir”, aunque no precisamente del buen decir. Porque las expresiones populares de mi gente son irónicas, contestarías, huecas unas y la mayoría plenas de sentido.

Chingue a su madre nadie y el que se enoje menos, grita alguien en la cantina sin estar borracho y nunca falta el ebrio o la borracha pendeja quien toma para sí aquella ofensa sin destinatario aparente y se arma la trifulca. Porque el que gritó, socarrón grita otra vez voz en cuello: "A lo dicho, dicho; y a lo hecho, pecho", y aquí estoy para el que quiera y mande porque a mí la calaca me pela los dientes.

¡Uy que vocabulario tan soez¡ dice por lo bajo en una esquina un catrín narigón haciendo gestos como si se estuviera oliendo un pedo. Sí, eso hay que reconocerlo, son muy pocos los seres humanos quienes aclaran la mente antes de darle a la lengua, por la razón que fuere, pero así es. Llegan a viejos de grano en grano haciéndose más pendejos, hombres y mujeres a quienes nada les han enseñado los años, siempre caen en los mismos errores, como dice la canción.

Y no es que ser viejo o vieja sea denigrante, pero si es cierto que muchos y muchas denigran su vejez, esos ni aunque vivieran cientos de años llegarían a entender lo dicho por Groucho Marx: "Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar dudas definitivamente". ¡Me estás oyendo inútil! ¡Rata de dos patas! Dice, por cierto, una canción populachera de por acá. ¿Qué eso no viene al caso? Pues tal vez si o tal vez no, quién sabe, pero ya lo dije y no me desdigo, porque yo como digo una cosa, digo otra y a volar mariposa, píntate de colores tus alitas.

Así es la voz del pueblo, de mi gente, a veces de cortante filo, otras como bálsamo bendito. Perorata interminable, al fin que muerta la cotorra de nada sirve la jaula, ni a quien verle la cola. A propósito de la muerte, decía Antonio Machado:

“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros ya no somos”. Hay decires de mi gente que mueven a risa, como el de aquel fanfarrón quien en una discusión con otro gritaba: “¡Agárrenme porque lo mato!”... cuando lo soltaron gritó: “¡Agárrenlo porque me mata!” Carajo, el miedo no anda en burro, más vale que digan: aquí corrió como indio, que murió como perro". ¿Verdad?

Bueno, como al caballo, al amigo y al lector no hay que cansarlos, hasta aquí la dejamos, porque aunque lo que dicen no es, con que lo aseguren basta, mi gente seguirá diciendo cosas, sin afán de presumir o queriendo enseñarles algo y solo como advertencia: Aunque te digan que sí, espérate a que lo veas, palabras sacan palabras y nunca falta un “yo lo vi” o “así lo entendí” para justificar la ignorancia y hay quienes lo que no saben lo inventan, olvidan que en este mundo la vida pronto se acaba y cuando te toca… aunque te quites.