Caminaba cabizbajo lentamente por las calles de alguna ciudad. Estaba totalmente desorientado; no tenía idea de cuál era su destino. El frío viento lo golpeaba bruscamente en el rostro como siempre lo hacia. Sin embargo, esta vez, esta noche, el frío dolía más que otras noches lluviosas. Sus pies empapados estaban, pues sus pisadas el cuidado habían perdido. Él solo caminaba sin rumbo.

Sus ojos únicamente observaban al frente, sin embargo, nada miraban. La luz de estos se había apagado. Su caminar descuidado se tornó y en su rostro no se podía observar ni una sola expresión. Era como si le hubiesen arrebatado la vida y la llama apasionada de su corazón se hubiese extinguido. Si bien su rostro no mostraba expresiones, se podía sentir todo el dolor de su corazón con solo observarlo unos segundos.

En su mente solo cabía un pensamiento. Solo uno. Ese pensamiento era ella. La única persona por la cual este vanidoso muchacho pudo sentir algo más, algo diferente. Pudo sentir un cálido sentimiento dentro del pecho. Le daba vida a su mirada, una razón para sonreír y, lo más importante, la necesidad de hacer a esta chica feliz. Su corazón siempre se aceleró al punto de querer escapar de su pecho, cuando la veía a su lado, y este también por poco dejaba de latir cuando ella se despedía. Era una adicción muy hermosa. Lo poco que duró.