Hoy deseo escribir un cuento. Pero, se puede desear escribir un cuento y no saberlo escribir. Creo que sí, por eso digo que deseo escribir y no que escribiré un cuento. El fundamental escollo es que no sé por dónde comenzar ni tanto menos de qué cosa escribir.
De seguro no es suficiente partir de una idea demasiado vaga, se arriesga en este caso que tanto el escribiente como el potencial lector no se encuentren en el texto. Las palabras para conectar una idea o una emoción deberían ser auténticas. No es fácil, más bien debe ser lo más difícil.
Dicen los que saben escribir que basta dejar caer sobre la hoja en blanco una primera y tambaleante palabra y de ahí el dios de la escritura toma en manos en asunto. Este axioma sería válido para los que saben escribir, y los que no lo sabemos hacer ¿qué hacemos con esa palabrita solitaria abandonada en el blanco de la página?
El que escribe lo hace desde una pausa de silencio, probablemente, y el que lee desde su propio espacio interior de silencio y reflexión. Siempre que las cosas funcionen.
La palabra escrita se queda fijada en la página y su autonomía no puede ser manipulada por el lector, en cambio las palabras quedan como vagos sonidos, en todo caso deformados, en las orejas y memoria del oyente.
Si uno no conoce las reglas que hacen funcionar un texto, debería o no debería escribir, debería o no atormentar a un lector ya de por sí atormentado por este mundo extraño que nos rodea? No tengo respuesta.
Bien - me dije-, en medio a un remolino de digresiones que suelen atenazar a los escribientes del fin de semana, será mejor que me lance al agua y nade, en la nada.
Fue así que descubrí una hormiga que estaba cómodamente sentada, parada, sobre, arriba, ociosa, activa –como sea- en una hoja de lavanda llena de flores y de ese perfume maravilloso que comunica un ardiente deseo de vivir. Al menos a mí.
Me pregunto qué diablos estará haciendo ahí, tan seria, solemne, hierática y reflexiva esta hormiga que capturó mi atención. El averiguarlo es un buen punto de partida para un cuento -me digo-, simplemente sabiendo que no es así.
En fin, la mañana de este día domindo es fresca y luminosa. El sol es nuevo, y hace poco inició a recorrer este último día. Cada día siempre es el último, por lo demás, y la hormiga es pequeña, casi minúscula, de un color café clarito. Quizás dónde durmió la noche recién transcurrida, este extraño ser que es una hormiga, demasiado diversa de nosotros los humanos y, sin embargo, muchísimo más antigua, mejor organizada y nos sobrevivirá. Esto es seguro.
Tienen algún sentido las cosas que no son como aparecen. No lo sé.
Hay demasiadas preguntas y pocas respuestas seguras en esta vida terrenal.
Mejor me tomo un buen café y trato de entender, sin comprender, por qué la hipótesis de Riemann tiene que ser, necesariamente verdadera. En caso contrario –dicen- no existiría la belleza en la Natura.
Complicado el asunto, pero fascinante.
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