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EL ASCENSOR

Debo confesar que he sufrido a lo largo de mi vida breves y concisos ataques de pánico y claustrofobia, pero no necesité de ninguna larga y costosa terapia para saber cuál era la causa de este mal: el ascensor de la calle Ellauri, el edificio donde nací, el viejo Otis que siempre se rompía o se quedaba a mitad de camino en aquellos truculentos años sesenta, donde lo más común era que se cortara la electricidad.
Tenía terror de subirme solo, y cuando lo hacía, rezaba para que llegara al séptimo piso; el alivio que sentía cuando alcanzaba mi destino solía ser de tal magnitud, que era como si se me abrieran las puertas del Edén. Por suerte nunca estuve solo cuando el ascensor se detenía, tuvimos la fortuna de contar con un portero que era capaz de arreglar hasta un cohete de la Nasa y eso nos hacía más llevadera la cosa.
Soñé durante muchos años con este ascensor, a tal punto que se me transformó en una pesadilla y cuando estos sueños son recurrentes es que hay que darles su importancia, escuché una vez que alguien dijo por ahí. Doy por sentado que hubo más ascensores y trenes y aviones donde yo percibí esta misma sensación, por eso es que un día decidí volver al origen del conflicto, enfrentar el miedo, al viejo ascensor de la calle Ellauri, y quizás, porque no, curar mi enfermedad.
Han pasado casi cuarenta años que no piso el edificio, ya no quedan vecinos de aquella época, la última fue la italiana del primero, una mujer muy culta y elegante que falleció pocos años atrás. La mayoría han muerto o se han mudado. Nosotros nos fuimos porque mi madre quería vivir en una casa.
La idea de volver a subirme al ascensor me surgió un día que vi un aviso de venta de uno de los departamentos, el del sexto; tendría la excusa perfecta para poder entrar a la casa. El aviso decía que se podía visitar a partir de las tres de la tarde, así que decidí ser el primero y me fui bien temprano y me aposenté en la puerta de bronce como en los viejos tiempos. Era domingo y como hacía mucho frio, toque timbre y me anuncié por el portero eléctrico.
Me sentía algo raro, hablando a través de ese portero, el mismo que fue testigo e interlocutor de mis travesuras, las que en aquella época ocurrían inocentemente en la calle. (¿Me habrá reconocido el micrófono?).(¿Habrá cambiado tanto mi voz?). La puerta estaba casi igual, aunque más reforzada, y por el vidrio se veía el largo pasillo con el espejo, el que guardaba tantos secretos. Al final del corredor, junto a la puerta que daba al garaje, estaba el ascensor. A pesar de los años transcurridos todo parecía estar igual.
Recuerdo que al lado funcionaba una peluquería que todavía está, cuya clientela mayoritaria eran las vecinas del edificio. Tampoco quedan en la cuadra, ni el almacén de la esquina, ni la farmacia; se los llevo el viento, envueltos en una bolsa de nostalgia. Siempre que ando por esa cuadra se me disparan los recuerdos mezclados con los sueños y a veces me cuesta distinguir uno de otro.
Una mujer bastante joven se apareció de repente por el corredor, era la mujer encargada de mostrar el dpto. De lentes gruesos y pelo marrón recogido, algo delgada, exageraba la simpatía, como cualquier vendedora. Había junto a mi otra persona interesada pero como yo fui el primero en llegar, gentilmente me cedió el turno. Me dijo su nombre y el de la inmobiliaria, pero no los pude retener, yo me sentía que viajaba a través del tiempo, y que de alguna forma me estaba transformando, incluso hasta físicamente. No me animé a reflejarme en el espejo, tenía miedo de ver a un niño que quizás estaría soñando con el futuro. La joven hablaba de no sé qué cosa de los gastos del edificio y de las bondades de la calefacción central, temas que no me incumbían en absoluto.
Y llegó el momento más esperado, el del ascensor. Cuando vi que se abrió la puerta, dudé un instante, la joven se sonrió, al final entré, pero creí que ingresaba como a un túnel del tiempo o algo por el estilo. La joven apretó el botón 6, la puerta se cerró y yo sentí que me faltaba el aire; observé que el ascensor demoraba en elevarse, pero lo hizo lentamente sin hacer casi ruido; el mecanismo era moderno, concluí. Eso me tranquilizó por un momento, la luz ya indicaba que estábamos en el primer piso; el ascensor estaba igual, hasta creí reconocer las ralladuras que le hacíamos con mis amigos en su pintura y los corazones que le dediqué a alguna que otra vecina.
Al promediar casi por el tercer piso observé a la joven de reojo, pero no sabía que pavada decirle, si hablarle del tiempo, de mi infancia, del precio del dpto., o de cualquier otra estupidez. Opté por mirar los números, que se iban prendiendo a medida que subíamos. Cinco, vi que señalaba el tablero, faltan dos y estoy curado, pensé, cuando de repente sentí como un estruendo, como un golpe seco que nos hizo temblar. La chica se cayó al piso. Es una maldición, no lo puedo creer, me dije a mi mismo en voz baja.
El corazón se me empezó a acelerar y el aire a escasear, como en los viejos tiempos; y para colmo nos quedamos sin luz.
-¡Qué mala suerte, y qué raro, porque me dijeron que el ascensor estaba recién arreglado!, exclamó la chica de lentes.
-Quizás sea la luz, dije yo.
El silencio era casi total, salvo por un pequeño ruido como de metal retorciéndose, como si el ascensor estuviese sostenido por un alambre y a punto de caerse al vacío, eso me asustó más aún. Si no me curo ahora, no me curo mas, pensé para mis adentros. La chica también parecía aterrorizada, porque no escuchaba ni siquiera su respiración. De pronto sentí una voz que me decía, “Gabriel, espera, no te asustes, ya viene el portero”.
- ¿Gabriel, pensé, como sabía que era yo, cómo sabia mi nombre?, le pregunté a la chica de la inmobiliaria, pero no me respondió, apenas sentí un balbuceo como de desesperación.
Al rato sentí pasos que venían de la escalera y voces que se entremezclaban con ruidos como de herramientas y hombres trabajando. Eso me tranquilizó un poco, era el indicio de que nos estaban rescatando, yo solo pensaba que fuera cuanto antes, antes de que esto devenga en otro trauma para mis próximos cuarenta años.
-Ya vienen por nosotros-, dijo la chica. Es evidente que hoy no se va a vender este departamento. Hoy era mi primer día en el trabajo (Y el último, pensé yo)….
Como a los diez minutos se abrió la puerta y pudimos ver un rayo de luz como de una linterna y una mano que nos alcanzó una botella de agua. La puerta se había apenas abierto y se podía vislumbrar que estábamos entre dos pisos y era difícil poder salir por ahí. Con suerte pasaba una mano. Deberíamos esperar a que retorne la luz, y en lo posible antes que el gas, le dije a la chica, como para levantarle el ánimo.
-Tengan, tomen, por las dudas de que esto se demore-. dijo una voz femenina de otro lado del ascensor. Traté de ver quién era la persona, pero fue imposible.
- Me tenías preocupado, llamé a la escuela y me dijeron que habías salido temprano. Nunca imagine que te habías quedado encerrado, Gabriel-.
Yo no sabía a quién le estaban hablando, era evidente que la mujer estaba confundida, y que esto se iba a aclarar en cuanto se abriese la puerta. Opté por sentarme a esperar, la chica se alumbraba con su teléfono hasta que se quedó sin batería y no tuvo reparos en maldecirlo a viva voz. Al final ella también se sentó a esperar, abrió la botella, tomó un sorbo y luego me convidó a mí, alumbrados por una linterna que se abría paso entre dos pisos.
- Es evidente que Ud. quizás venda departamentos, pero ascensores no va a vender seguro, le dije.
El tiempo pasaba y a medida que transcurrían los minutos los ruidos se hacían más intensos y más gente se agolpaba frente al ascensor para opinar y quejarse de todo. Lo curioso es que había una voz que me resultaba conocida. Sería una sobreviviente de aquellos años, o quizás una alucinación producida por la falta de aire. Al final creo la chica se durmió junto a mí, pero no supe si era por la falta de aire o por sueño.
Al rato, la luz de la linterna se apagó y los ruidos cesaron. ¡Linda terapia para mi trauma, pensé! Nos abandonaron a la buena de Dios y yo que no creía en Dios, estaba terminado. La chica seguía durmiendo o desmayada junto a mí sin enterarse de nada. Yo también empezaba a sentir que la falta de aire me estaba como adormeciendo. Es una mejor muerte, la envidie por algunos momentos, hasta que al final se hizo la luz y empecé a creer un poco más en Dios. La puerta se cerró sola, el portero le saco la herramienta que la mantenía abierta y me dijo que apretara el botón, que no me preocupara, que mi madre ya estaba en casa. El ascensor se elevo casi solo hasta el séptimo piso.


















Texto agregado el 30-08-2016, y leído por 147 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-10-2017 Entretenido este salto en la línea del tiempo. Interesante el tono en que está escrito, tipo cuento de terror. Susanis
 
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