Estoy arrodillado frente a ella y mi corazón pugna por salirse del cuerpo. Oh Dios, como la amé y la amo. El dolor siempre asecha a la felicidad. Está allí afuera, esperando como una fiera por su presa, no conoce la piedad ni el arrepentimiento. Es un terrible depredador y lo más irónico es que lo dejamos entrar en nuestro corazón sin darnos cuenta. Penetra acompañado del orgullo, la vanidad, la juventud eterna, el creer que el mundo es nuestro…vaya si lo sabré yo. Las imágenes son muy nítidas y asaltan mi mente con fuerza.
Aquel día acababa de cumplir veintidós años. Tenía mi primera prueba en la productora musical NBR de New York. Viajaría al otro día pero antes debía ver a mi prometida. Nos encontramos en la cafetería de Charly`coffee.
- Estás callado Steven. ¿Te pasa algo? - me dijo con una voz muy suave y una mirada de resignación.
- No Carol. ¿Por qué lo dices? - Tomé su mano con determinación.
Ella suspiró brevemente. Se apartó del rostro su pelo castaño y lacio mientras me miraba con esos ojos almendrados que me enamoraron la primera vez que la vi.
- Te noto distante. ¿Quieres decirme algo?
Por supuesto que quería decirle algo pero no sabía cómo. Ella leía mi mente como ninguna otra persona. Escavé en la profundidad de mi alma y solté todo lo que tenía:
- No sé a donde me llevará mi destino, solo te prometo una cosa, amarte para siempre y jamás abandonarte. Eres todo lo que quiero y querré. Siento que no hay futuro si no estás conmigo.
Las palabras me salían solas, fluían cómo manantial pero ellas las inspiraba sin duda.
- Eso es hermoso. Yo también siento lo mismo por ti. Jamás estaremos separados, lo sé - respondió con rapidez y extendió su mano para acariciarme la mejilla con tanta ternura que casi mi hizo llorar.
Tomé fuertemente su rostro con mis dos manos y la besé en la boca con tanta pasión, que aún hoy lo recuerdo muy vívidamente.
Luego tuve que confesarle que tenía una propuesta para grabar un disco con mi banda pero que continuaríamos juntos. Solo tenía que viajar a New York por unos meses pero nos mantendríamos en contacto. Ella lo aceptó incólume, sin recriminarme nada. Al contrario, con palabras de aliento, pero en sus ojos había tristeza.
Finalmente emprendí mi viaje. Fue todo un éxito, comenzamos a grabar, a dar conciertos. La fama me había llegado.
Es tan seductora que ni un Santo podría resistírsele. Da todo a pedir de boca pero exige un gran precio: la soledad.
El mundo a mis pies me hizo olvidar a Carol. Ya no la llamaba tan seguido hasta que finalmente dejé de hacerlo. No fue una ruptura formal, jamás le dije que la abandonaba, solo lo hice.
Tuve muchas amantes, no lo voy a negar, pero ningún amor. Con cada mujer que conquistaba el vacío era más profundo. La culpa también, pero no me importaba. El camino que tenía ante mí era largo y lleno de emociones.
Ayer por la mañana recibí una extraña carta. Decía:
“Steven, jamás te he olvidado y siempre te amaré. Sé que tal vez yo no era lo que necesitabas y por eso no he insistido en verte. Pero ahora es muy importante hacerlo. Por favor, ven a verme. Firmado: Carol”.
Me dije: Todo volvió a lo que debía ser. A través de los años ella no me había olvidado y yo, la había olvidado sin olvidarla. Estaba tan extraviado en este mundo de ilusión que no vi la realidad de las cosas. Pero hay tiempo, viajaré y nos encontraremos. Podré cumplir con mi promesa de amor si ella lo acepta. Es más, me casaré con ella, nada podrá detenerme ya.
***
Esa noche Steven tomó un avión. Cuando llegó se dirigió directamente a su encuentro. Tocó el timbre de la casa y fue atendido por la madre de Carol. La mujer le dio la más terrible de las noticias de su vida: ella había muerto hacía dos días producto de un avanzado cáncer.
Steven no dijo una palabra, fue a una tienda, compró dos anillos de bodas y se dirigió al cementerio. Caminó entre las tumbas hasta encontrar a la de su amada Carol.
Se arrodilló frente a ella. Se quedó unos minutos recordándola luego secó sus lágrimas, tomó de su bolsillo una de las sortijas y se la introdujo en su dedo anular; posteriormente depositó la otra sobre la lápida. Con voz entrecortada vociferó:
- Ahora somos marido y mujer para siempre.
Luego de ese día, dejó la música y se recluyó en su rancho en Arkansas. Se dice que permaneció solo, sin hablar con nadie, hasta su muerte.
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