Sencilla felicidad
Convencido que para alcanzar alcanzar su sueño de ser escritor y triunfar como tal debía aislarse, Sergio decidió abandonar las comodidades de su apartamento, alejarse del ruido citadino, el internet y otros avances tecnológicos, para pasarse una temporada en una cabaña enclavada en una región montañosa, a la que llamaba “el refugio”, un verdadero paraíso tropical rodeado de pinares que aromaban el ambiente.
Era una pequeña pero sólida casa de dos niveles con paredes de troncos y techo de tejas. Poseía un salón que reunía la sala y el comedor, con una chimenea entre ambos; un baño, una pequeña pero funcional cocina y un balcón ideal para reflexionar por las noches mirarando las estrellas. Arriba tenía un amplio dormitorio con su baño.
Partió con un bulto de ropas ligeras, un maletín equipado con papeles y lápices y la cabeza llena de ideas, con la intensión de escribir sin interrupciones, sólo acompañado con la música de su radio de baterías, el trinar de las aves y del rumor del riachuelo cercano. Pretendía trabajar intensamente con breves ratos de descanso y estaba decidido a no regresar a la ciudad hasta concluir la novela que le obsesionaba.
Llegó al caer la tarde y las últimas clardades del ocaso apenas le alcanzaron un preparar su rincón para trabajar, cenar ligero y meterse al cuarto con la ilusión de comenzar su labor tan pronto amaneciera. Al despuntar el sol elaboró el guión al que dedicaría toda su energía e inició una rutina colmada de satisfacciones.
A partir de ese día escribió con mucho entusiasmo, y se sentía en sus aguas trabajando en aquella mesa repleta de papeles, donde relataba una historia rica en descripciones, con situaciones y diálogos que frecuentemente concebía en las noches y redactaba y corregía reiteradamente hasta considerarlas aptas para que el futuro lector las entendiera sin problemas.
Así fue tejiendo una trama fabulosa que hilvanó, capítulo tras capítulo, hasta colocar el punto final. Entonces retornó a la ciudad con el maletín lleno de manuscritos y la satisfacción del deber cumplido.
Digitada e imprimida la obra, diligenció su publicación. Desafortunadamente su acogida fue muy tímida, casi nula, pero este aparente fracaso no hizo que disminuyeran sus deseos de darse a conocer y triunfar como lo que estaba convencido que era: un talentoso escritor.
Para disminuir su decepción, Miguel, su mejor amigo, lo alentó:
—Si es lo que sueñas, sigue adelante –le aconsejó-. La obra no ha tenido respaldo porque no conocen tu trabajo aun. Recuerda que una batalla perdida no significa que se ha perdido la guerra.
—Pienso lo mismo, hermano. –respondió Sergio-. De hecho, estoy pensando vuelver el lunes a mi cabaña para emprender un nuevo proyecto.
Y retornó a su refugio, aquel mágico lugar donde había descubierto el secreto de la sencilla felicidad, la que se disfruta al hacer las cosas que nos gustan. Por eso escribió su nueva novela con el mismo entusiasmo de la anterior, pues concluyó que, sin importar si su esfuerzo fuera bien valorado, se sentía feliz porque en aquel remoto paraíso, entregado en cuerpo y alma al placer de escribir en contacto con Dios y disfrutando de esa exuberante naturaleza, aprendió a valorar en su justa dimension las cosas sencillas de la vida y a disfrutar de la paz que jamás conoció en la ciudad.
Y eso no lo cambiaba por nada.
Alberto Vásquez.
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