DEL INFINITO


Caminando lento, obligado por el tiempo, en la noche quieta, me sigue mi sombra ajustada por una farola, a mis espaldas no la veo pero la sé y la presiento, se agranda, luego me alcanza, pasa a mi lado, corre bajo mis pies, se alarga y se comienza a desvanecer, cuando la otra farola la rechaza y la hace crecer tirándola de apoco nuevamente a mis espaldas.
Junto con mi sombra, la luz me alejó del tiempo, me llevó a mi barrio, el de todos los días, las mismas calles, las mismas casas y caras de otro tiempo, tiempo pasado. Las mismas caras que se vuelven para ver a un hombre viejo, un hombre que seguro pasa por casualidad andando las calles del barrio. Curiosas comadres cuchichean, me miran, saludan, miden su intriga y pasan de largo. Se vuelven a mis espaldas…
….Se que no pudo reconocerme. No podía imaginar siquiera el largo camino que nos separaba. Camino que transité solo, en tiempo distante, tiempo en el que debía estar a su lado, no en el lugar justo donde ella se encontraba, pero cerca, tan cerca que espera que yo aparezca. Mientras, yo estaba al lado de ella, en una animada charla de cosas vividas antes de tiempo.
Cuando mi conciencia tomó dimensión de la realidad, no lo pude evitar, mis lágrimas comenzaron a dibujar un camino sinuoso , me tomó la mano y le dio al viejo que a su lado sonreía, un beso en la mejilla y bebiendo las lagrimas, sin agregar palabras, pero con paso cansino y triste se perdió en la tarde que ya se moría en un mundo intransitable.