Con un canto de aroma de azufre
y en lugar de mirada unas cuencas de abismo,
cayó desde el cielo degollando los sueños,
trazo una línea delgada entre la vida y la muerte
regando de alquitrán la seca tierra estéril,
se camuflo con el frío viento de invierno
y danzo entre las ramas mecidas como esqueletos,
con su lengua punta de flecha,
y su viva carne en lugar de piel,
resonó como un eco interminable
su demencial llanto en el ocaso del amanecer.

Suturo las honorables heridas de los hombres
tan solo para crear unas nuevas,
anido uno por uno los corazones
convirtiéndose en el murmullo
de las pequeñas voces de la consciencia,
doblegando cada instinto y cada creencia
que de valor llenaba y erguida dejaba
la pobre alma gladiadora,
la esperanza de la supervivencia

Si que festejo, altivo este ser
proveniente del tiempo antes del tiempo,
ahora hecho pandemia,
de dolor, de vacío e inagotable persistencia,
cesando el canto de las aves,
helando la sangre de los pies a la cabeza,
siendo niebla en madrugada,
cruel tormento, cobardía e indiferencia

pero el hombre en su despiste,
atrincherado en el hedor de las cavernas
se percato con terror de su existencia,
de su inmundo abrazo incoloro
y su silbido incautador de inteligencia,
y fue apodado “El miedo”
en este mundo floreciente, divino e inestable,
recibiendo pelea de a poco,
guerra sin fin, sin armas ni violencia,
un eterno empate que se nos siente en la voz.