No me habías curado el dolor y tampoco deseaba que lo hicieras, hacia años venía rejuntando los pedazos que quedaron expandidos de lo que hubiera podido ser o de lo que fui en otra vida pasada.
Tenía anhelos, deseos que me ardían, en cada una de estas palabras que escupía sin piedad a las buenas formas que construían el significado de mi léxico.
Hace dos noches me acosté con vos, bah, ¡con usted no, querido lector!, con C me acosté, se cumplían diez años que nos vimos por primera vez; diez años que nos pesaban en los parpados y en las manos. Diez años de vacíos y de breves instancias de algo parecido a la felicidad, años de otros cuerpos y de otros besos, de aprender a vivir y no lograr tal oficio. Años de ausencias y de pesares infinitos que avejentaban, con progresión impiadosa y lánguida, el mecer de nuestro espíritu bravío.
Ya no lo amaba a C, comprobé que nunca lo había amado, como lo dejé marchar hace diez años atrás lo volvería hacer nuevamente, quizás para que el destino volviera a cruzarnos diez años más tarde, como en tal presente o quizás no.
Un poco de pasión para el cuerpo no rebosaba de beatitud a mi alma, necesitaba que me tumbaran con rudeza en la agitación ardiente de otro cuerpo, me encendió y me maltrató con su viril hombría pero no iluminó a mi corazón ni cortejó a mi alma. No fuimos más que dos párvulos jugando a despertar el deseo perverso de la piel mansa, en un hotel de mala muerte y a la vigilia de severos espejos, éstos que expusieron nuestra fragilidad desnuda para batirnos en el panteón del amor.
Vos sabias que no nos amábamos, tampoco hubiéramos llegado tan lejos para convertir nuestro sentir en la complicidad de dos amantes, estábamos sanando algo que se abría con gran furia y facilidad, no me dolías pero me abatía no encontrar el amor en mis pupilas.
Ardíamos y aprendíamos los hábitos del amor con la naturalidad con la que se va al mercado o aspiramos el humo de un cigarrillo, eso era frivolizar los sentimientos y ya no estábamos para lidiar con eso.
Me iría nuevamente de tu vida, y como un sentimiento familiar, no me afectaría desprender tu semblante de los escombros donde agonizaban mis recuerdos. Me iría y me aliviaría, nos aliviamos juntos en el placer de la pasión efímera y de la brutalidad que contrajo a nuestro ser en la lejanía interna de nuestro holocausto.
Diez años entre C y su narradora, diez años que no sirvieron para nada, es ameno recordar el pasado con otro espíritu compasivo, pero repetir acciones pasadas no es convenido.
Es Agosto y se acerca el mediodía, entre un pálido sol y un campestre paisaje, entre pompones de nubes cenizas y palabras que juegan entre los pliegues de mi camisa.
Diez años y otra década si es necesario, pero te dejo, te libero de lo que nunca pudo ser entre nosotros; frágil deseo, que migró al desamparo de la indiferencia,
como hoja en invierno,
como infancia azotada por el miedo. |