Te levantas y te sientes mal. No escuchas y eso te hace sentir mareado pero en lugar de tratar de tocarte las orejas te paras para verte en el espejo, cómo todos los demás.

El reflejo indica que tus orejas se encuentran ahí y cuando por fin se te ocurre tocarte ellas no están. Ni siquiera se sienten los orificios donde aún anoche se encontraban tus oídos. El silencio lo domina todo y te ves asustado en el espejo, pero no es verdad en realidad sonríes, o al menos es lo que se ve en el espejo. Corres pero tus pies no se mueven. Te quedas viendo en él tu sonrisa o, mejor dicho, la de aquel que está en el espejo.

Y es ahí donde te preguntas si en realidad eres tú. Y un eco dentro de tu cabeza responde “Sí, yo soy yo”, pero no le crees a ese eco y te encuentras moviendo la cabeza en el espejo, pero tú no quieres. Tú sabes que aquel del espejo no eres tú. Pero algo profundo, más profundo que el lugar de donde salió el eco, te dice que ya es demasiado tarde. Pero ¿para qué?

Resuena en tu cabeza de nuevo aquel eco, “Sí, ese soy yo”, pero tú sigues negándolo, y te das cuenta de que no puedes hablar. No escuchas y has enmudecido, y entonces el eco vuelve a sonar, un poco más fuerte dentro de la cabeza. “Sí, soy el mismo”.

Te tratas de tapar los ojos pero tus manos no te responden y poco a poco te vas perdiendo en tus pensamientos, y ese eco pasa a ser tan secundario y normal que apenas lo notas. Te fijas en aquel peinado tan feo que a todos les gusta, notas aquellos rasgos que forzaste en tu rostro que combina perfecto con la ropa que no te agrada. Y te das cuenta que no eres ese, pero te esfuerzas en serlo, y ahora lo estas logrando.

Una tristeza infame te invade los ojos pero las lágrimas no escurren porque sonríes, las penas no salen porque eres “completamente feliz”, porque “eres ese”. Te olvidas poco a poco de las ganas que tenías por ser aceptado. Te olvidas de aquellos sueños raros por los que la gente te trataba de loco, te olvidas poco a poco de ser tú mismo, porque ahora tú eres ese que se ve en el espejo.

Dejas de ver, y la última imagen que percibes es la de una persona que dice ser tú, que sonríe y es feliz, pero que sabes que no eres tú. Y así entre la oscuridad te vas y no te importa porque era lo que querías, porque ya no lloras aunque tengas ganas, porque ya no tienes miedo. Porque ahora formas parte de todos lo que se ven al espejo antes de salir.

Sin embargo en el fondo, aunque no veas, no sientas, no escuches y no hables, sigues pensando, sigues repitiéndote que ese no eres tú y eso es lo único bueno que te queda y te aferras a eso. Y en un último esfuerzo lanzas un puñetazo al espejo, los pedazos se escuchan caer. Pero pronto encuentras otro espejo y ya no te quedan fuerzas. Ahora ese que dice ser tú, en verdad lo es, y tú que eres el único que sabe quién eres en verdad, ahora no eres nadie.


Y la realidad te golpea. Caes y nada te importa. Al fin, la persona en el espejo es más fuerte que tú.