En medio de vacíos, frustraciones y miedos encontré un refugio en mi corazón.
Hace unos años me alcanzó un huracán,
de esos que sacuden tan fuerte que quieren arrasar con todo a su paso,
y que sin importarle lo que sucede a su alrededor,
finalmente se da cuenta que,
después de la tempestad, hasta él mismo se destruye,
porque a medida que se apodera de todo lo que encuentra en su camino,
éste va perdiendo la energía que lo sostiene hasta el punto en que se debilita apenas toca tierra.
Sin embargo, a menudo los huracanes avanzan bastante por los senderos de nuestra existencia causando mucho daño antes de desaparecer por completo.
Fue entonces cuando me pregunté, ¿Cómo evitarlos? ¿Tal vez existe la manera de desviar su trayectoria?,
y me sumergí en algunos textos con lecturas un poco
ambiguas y subjetivas e interpreté mensajes de una que otra película fantasiosa con historias pintorescas,
de ahí, encontré una frase que decía
“Los sueños son la mejor interpretación de nuestros sentimientos y emociones”,
y entendí inmediatamente que debía buscar en mis sueños las respuestas a todo lo que no lograba descifrar en la
lucidez del día.
Intenté obligar mi mente a soñar cada noche,
pretendí acelerar la actividad cerebral invadiéndola con toda clase de recuerdos,
redibuje cada uno de ellos,
acomodé cada situación tal como mi instinto aclamaba que sucediera,
incluso llegué a crear algunos sueños
basándome en situaciones tan imaginarias como aquellas películas de estilo fantástico,
correspondiendo a hechos irreales que de ningún modo pertenecían a la realidad que conocía;
no obstante, el huracán surgía justo en el último momento de cada sueño,en el que los estímulos externos cobraban vida,
y se apoderaba del melodrama tradicional que me atacaba.
Hasta que un día sucedió lo inesperado, enfrenté al huracán, éste que se alimentaba de mis miedos, temores, pensamientos erróneos, del orgullo, de la indiferencia, de todos y cada uno de los invasores negativos que habitaban en mí ser;
lo combatí con una energía mayor a la que éste tenía,
lo ataqué con toda la fuerza que me impulsaba, tan es así, que en medio de la lucha se desató una tempestad
cargada de progresivas y violentas precipitaciones
acompañadas de inestables rayos, truenos y relámpagos
que desestabilizaron todo lo que había a mi alrededor,
se convirtió en una batalla tan inhumana
que sentía que casi me ahogaba y que perdía la respiración en cada instante que pasaba,
mi baja energía consumía las pocas ganas de luchar, y ya no sabía qué hacer
y cómo enfrentar este poderoso destructor;
sin embargo en medio del caos intervino un auxilio inimaginable,
la única ayuda que puede entrar en una fase del sueño
profundo,
donde ni la mente es capaz de reconocer una parálisis muscular,
un estado de sueño tan insondable
donde ni el aumento de las ondas cerebrales,
ni el ritmo cardíaco pueden hacernos experimentar
la habilidad para regular nuestra propia temperatura
corporal.
Esta ayuda silenciosa me hizo entender,
que la rabia y la impotencia que sentía en ese momento
eran realmente sentimientos de decepción y desilusión ante el hecho de sentirme ofendida por no saber ganar la batalla.
Y entonces le pedí que diera claridad a mi mente, para entender lo que sucedía conmigo,
por qué llorar se había convertido en un arma contra el huracán,
y me mostró que era la manera correcta de liberar el dolor, la angustia y la desesperación,
y que solo descargando lo malo que me perturbaba,
recuperaba mi energía y fuerza para contrarrestar ese asesino mental que se apodera de mi razón,
del pensamiento,
y que sobrepasaba los instintos y la voz del corazón.
En la búsqueda por reconocer e interpretar esa voz;
entregué mi alma al ayudante, aceptando sus recomendaciones y acogiéndome a su voluntad,
y aunque las dudas,
los recuerdos y millones de preguntas surgieron,
solo hasta al amanecer del día siguiente,
al despertar de ese sueño profundo, me di cuenta que la única certeza que existe,
es que el huracán nunca dejará de aparecer,
estará presente en los días y en las noches,
y sólo enfrentándolo en cada batalla tendré la posibilidad de ganarle,
y aunque pueda perder algunas de ellas,
siempre habrá tiempo para ganar las demás que se presentarán.
Huracán = El ego
Ayudante, ayuda silenciosa = Dios
Sin duda el huracán se apoderó de mí en cada situación, actuó siempre en mi contra y
terminó lastimando mi corazón, porque sin duda el motor del corazón es el amor, el amor
propio, el amor a los demás, el amor por lo que haces, en una palabra el amor por la vida.
Este amor no se podría ocultar aún bajo el más poderoso orgullo.
Hoy mi corazón sufre por culpa del ego, porque permití que se alimentara de todo cuanto
apeteció, y solo éste es el causante de todas las infelicidades. Solo somos culpables de
no saber enfrentarle y ganarle.
Sin más remedio, luego de entender todo esto, me enfrento a mi realidad. Aceptar que me
equivoqué, y que hoy el corazón del gran amor de mi vida no late más por el mío, y
aunque me duela debo dejar que sea feliz aunque no sea a mi lado. |