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Ricardo vive en el octavo piso de un departamento pequeño pero luminoso. En las paredes pintadas de blanco se observan varias reproducciones de Monet. Algunas plantas de interior le dan vida a la sala de espera que ya no recibe pacientes. Hace más de un año que Ricardo ha abandonado su profesión de psicólogo.
Es lunes, son casi las seis de la tarde. El terapeuta piensa en Ana, la única paciente que no ha dejado de atender. La imagina sentada en uno de los sillones, aguardando.
Abre la puerta y, efectivamente, Ana se encuentra allí. La saluda y cuando ella ingresa al consultorio, le pide que se acomode en el diván.
La paciente entra, se sienta y, como hace en forma habitual, observa los cuadros y los libros que están sobre la repisa. Luego deja que su vista se pierda en el tránsito que se ve a lo lejos, detrás del amplio ventanal.

Ricardo se ubica en su silla y dice:
-Adelante.
-Ana lo mira, sin deseos de comenzar.
-¿Qué está pensando? -insiste él -¿Soñó algo? -agrega.
-Sí, no sé, no recuerdo mucho.
-Cuénteme -dice el profesional.
-Es que no tiene sentido.
-Los sueños nunca parecen tener demasiado sentido. Lo importante son los hilos conductores que pueden llevarnos a su deseo inconsciente -¿Comprende Ana?
-Sí, más o menos.
-Comience, la escucho.
-Bueno. Es un día de invierno; hace frío. Mi hermano entra a la sala y tira su abrigo sobre una silla. Apenas lo miro sé que algo terrible ha sucedido.
-¿Cómo lo sabe?
-Por sus ojos. Reflejan una tristeza infinita.
-¿Qué más recuerda?
-Con él está mi madre y una amiga. Todos parecen muy tristes.
-¿Y luego?
-Mi hermano se acerca y dice: Juan ha muerto. Luego lo veo llorar desconsoladamente.

Han pasado algunos meses. La terapia se halla estancada.
Ricardo se prepara para recibir a Ana. Escucha el timbre, imagina al portero abriendo la puerta, casi puede verla mientras sube al ascensor. Ella no tiene que esperar, pasa directamente al consultorio.

-¿Cómo se siente hoy, Ana?
-Mejor, doctor. Gracias.
-¿Quiere contarme algo? ¿Tal vez un sueño?
-Sí, anoche soñé con Juan.
-Cuénteme, Ana, por favor.
-Soñé que él estaba bien, que no había fallecido.
-Es un sueño de negación de la realidad. Usted lo sabe ¿verdad?
Los dos sabemos que él se suicidó. Hace más de un año ¿no es así?
-Sabe doctor, estoy muy confundida…
-Tranquila, Ana. Es algo temporal.
Ella se hunde en el diván.
-Ya hemos hablado en otras oportunidades del trauma que le produjo la muerte de su marido y también de su imposibilidad de elaborar el duelo ¿recuerda? -dice el terapeuta.
-Sí, entiendo a qué se refiere, pero este sueño es tan real.
Todo es tan extraño, yo siento que Juan está vivo.
-Claro, Ana. Vive en su corazón. ¿Quiere que sigamos el lunes? La noto cansada.
-Sí, gracias.

Ricardo la acompaña hasta la puerta tratando de imaginar los padecimientos de aquella mujer. Sabe que ningún otro paciente le ha interesado tanto como ella. Se pregunta por qué.

Durante toda la semana piensa en la manera de abordar a Ana en la siguiente sesión.
Cuando por fin llega el lunes, ya ha elaborado una estrategia que podrá ayudar a su paciente.
Espera ansioso que llegue el momento.

A las seis de la tarde le parece escuchar el timbre, pero es solo su imaginación. Espera en vano… A las siete llama al celular de Ana sin resultados.


Durante casi un mes Ricardo no recibe noticias de su paciente. Todos los lunes, a las seis de la tarde, piensa que va a regresar. La espera pacientemente en el consultorio.

Un día Ana vuelve a la terapia.
Ricardo se siente aliviado. Le pregunta:
- Ana, me gustaría que me cuente sobre algún proyecto que tenga en mente. ¿Hay algo que desee emprender?
-No, la verdad es que no siento deseos de nada; apenas salgo de casa.
-¿Y su trabajo?
-He solicitado licencia sin goce de haberes.
-¿Y esos cuadros que había comenzado a pintar?
-Los he dejado. Quiero dedicar tiempo para estar con mi esposo. Él me necesita.

Con mucho cuidado Ricardo le pregunta:
- ¿Tiempo para estar con quién?
-Con Juan, mi marido. Hemos pensado tomarnos unas vacaciones. Todavía no sabemos bien dónde ir.
El profesional se siente conmovido. No le parece conveniente formular las preguntas que tan meticulosamente había elaborado.

El resto de la sesión Ana habla sin parar de lugares probables de vacaciones: el mar, la montaña; no termina de decidirse...
Cuando llega el momento de acompañarla hasta la puerta Ricardo comprende que hubo un retroceso. El próximo lunes será crucial; deberá enfrentar a Ana con la realidad.
Sin embargo esa sesión nunca llega a producirse. Ana no se presenta y Ricardo llama a un celular que se encuentra apagado.
Los días pasan; el terapeuta se intranquiliza cada vez más.
De pronto recuerda aquella primera vez que la atendió, hace tres años. Busca la agenda donde figuran todos los datos de Ana. Su dirección, su número de teléfono y el de su esposo, Juan.
Ricardo mira este último número. ¿Llamar a un muerto?-piensa.
Finalmente se decide. Marca y espera.
Un hombre atiende.
-Hola ¿Quién habla?
-Disculpe, mi nombre es Ricardo Pérez, soy psicólogo. Ana Rodriguez me ha dado este celular para el caso de que no pueda comunicarme con ella. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
- ¿Usted es su psicólogo? no entiendo. ¿Quiere hablar con ella? ¿Acaso no recuerda que Ana se quitó la vida? Ya ha pasado más de un año... Soy Juan, el marido de Ana.

Texto agregado el 09-08-2016, y leído por 251 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
30-09-2016 Me gustó. No esperaba ese final. Muy ingenioso y bien elaborado. elpinero
29-08-2016 Muy buen relato, me gusto mucho como maneja los diálogos (son muy difíciles de escribir en un relato). Realmente me gusto muchísimo. Felicitaciones. Para mi vale 5* dfabro
26-08-2016 ¡Oh! ¡Tremendo! rhcastro
23-08-2016 Muy bueno, saludos nelsonmore
09-08-2016 Muy bueno. He tenido que releer el principio, para entenderlo.5* grilo
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