Era un ser incorregible como agua amarga.
Bebiendo vanidades a cara descubierta
dibujaba su sonrisa en suave retroceso.
Las sombras y el silencio lo acompañaban
como una cicatriz tatuada por el destino.
Lo conocí de madrugada, un ángel vengador
desembriagado de alcohol y de ausencias.
Reía con mucho pasado y deseos estafados,
había navegado en tantos barcos hundidos
que al mal tiempo solo le ponía mucha cara.
Era un triunfador en todas las causas perdidas,
llevaba en el pecho el fantasma del invierno
disfrazado de un último regalo ya olvidado.
Como buen pendenciero de la cosas que vienen,
era tierno en los pliegues de una falda
y arisco en eso de desahogar las penas.
No fui su amigo, apenas conocido del arcoíris,
habitando las pequeñas pocilgas de las sombras.
En su aniversario se perdió arrepentido de rezar
veinte mil padrenuestros por puro despecho.
Me dijeron que se fue con la más fea del puerto
a vivir su desdicha bajo la carpa de un mal circo.
Yo todavía lo veo en el martirio que regresa el espejo.
Texto agregado el 07-08-2016, y leído por 170
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