A veces, solitario, me siento a orillas de la vida,
en esas tardes grises, cuando los días siguen,
cuando ya no hay mas nosotros ni abrazos ajenos.
A veces creo que voy abriendo caminos extraños,
como un viento desenfrenado o un mar embravecido
esperando desbaratarse en una escena sin lugar.
A veces me visto de verde azul ante el espejo,
colocándome el ego de sombrero y la credulidad
doblada en dos en el bolsillo. Si. Suele suceder.
A veces resisto ser el antihéroe de mi generación,
son esos días en que no presiento algo terrible
ni me enamoro a primera vista de amores dudosos.
A veces invento una canción invernal en pleno verano
y dejo que, invasivas, mis demencias fracturen el tiempo
en el último instante de un desgarrador desencuentro.
A veces amar es una necesidad que se me pega en la piel
con el desdén que encierra una desalmada burla insolente,
y termino siendo un punto inacabado de una frase no escrita.
A veces trato de ser sendero, pero no puedo ser ni huella.
Sucede así, porque si, como un pasado presente que vuelve,
apareciendo, corto y certero, en el fatal tríptico de la tarde.
A veces soy en ti, en tus recuerdos, tu sonrisa o tus sueños,
soy, pero por si acaso no somos. Simple alegoría de los retornos.
Eso sucede a veces, cuando revoloteo tu regazo en cámara lenta. |