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Necesitaba moverme un poco; qué sé yo; salir por ahí a tomar unas copas para renovar mi repertorio literario.
Recordaba una época en la que no hacía más que salir de farra y siempre tenía una idea brillante para llevar al papel, o, al menos, así me parecía.
Pero entonces uno acababa de terminar la universidad y era todavía joven. Salías a dar una vuelta y en seguida encontrabas a alguien para fumar unos porros y hacer alguna trastada.
Aunque pueda contarlo, a lo más que llego es a narrar la profunda soledad que rodea a las gentes como yo. Con decir que hasta me he hecho una cuenta del facebook con la esperanza de conjurar esta soledad, se puede hacer el lector una idea. Alguien que no tiene vida difícilmente puede dar vida en un papel.
Desde fuera, otros, posiblemente me envidien, mas desconocen el infierno que representa no tener otra cosa que uno mismo con quien departir.
Existe la vida y la muerte y algo intermedio que yo llamo locura y soledad. Esta muerte en vida no tiene ninguna ventaja pues ni siquiera es creativa. Hay quien pueda pensar que se trate de un paraíso para la lectura y la reflexión; pero ya digo, tal situación, sólo tiene de aquello la apariencia.
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Quizá en el seno de una gran ciudad lo pueda ser, pero aquí en esta villa, como creo que en cualquier otra, el objetivo de dedicarse tranquilamente a la creación es más bien una utopía. Una vez más la teoría no coincide con la práctica, demostrando que la realidad se muestra siempre o bastantes veces, tozuda y respondona, por no decir esquiva.
En una ciudad hay gente a la que te puedes acercar sin la sospecha de que andas buscando confesión o propinar un sablazo. Las gentes en una ciudad también van a la deriva.
En los pueblos se mendigan los afectos. Si buscas compañía o calor humano, enseguida te endilgan algún concepto significante de los pocos que se manejan en los diferentes andurriales.
Pues bien: tenía que optar entre la soledad, sobriedad y sequedad narrativa o hacerme unos largos por ahí en vinolencia en busca de alguna historia.
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Opté por lo segundo. En lo sucesivo, cuento lo que fue aflorando y que hubiera derivado de comprometer un tanto la salud- en aras, siempre de la creación y el arte.
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Iba a entrar en el local de antiguos y relevantes desparramos cuando me fue- sorpresivamente- denegada la entrada.
Mucho había cambiado la película- pensé.
- Que soy amigo del dueño- repuse.
Así fue cómo supe que todo había cambiado hasta el punto de que aquella relación amical ya no existía. Y no se trataba de que el local hubiera cambiado de dueño sino de algo más sencillo: tal relación de amistad había empezado a ser unilateral- si no se trataba de haberlo sido desde siempre.
Efectivamente: lo regentaba la misma persona, pero el portero fue taxativo.
- Acabo de hablar con el jefe y me ha dado órdenes estrictas de que no le deje entrar.
Se veía que el mundo- durante aquella ausencia mía- se había hecho otro, desconociendo las razones- poderosas o no- que lo habían hecho cambiar.

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En realidad imaginaba el panorama y las razones que lo habían transformado: se ve que se había producido una reasignación de roles que era menester asentar. Y uno ya no contaba en tal mundo.
Aquel mundo se había cerrado para mí. Se había producido una conspiración durante mi ausencia. Quería pensar que se trataba de un fenómeno automático, por lo que la idea de la conspiración era más teórica que real; pero también era posible que uno en su insignificancia tuviera un importante valor simbólico. El de representar el esquema de algo importante: el valor de termómetro de alguna disyuntiva moral.
Pero esto, qué tenía que ver con que no me dejaran entrar en la discoteca- me preguntaba. Qué disyuntiva moral podía impedir que a mí en concreto no me franquearan el paso a aquel lugar donde había pasado parte de mi juventud.
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La nave Tierra a fuerza de entusiasmo se había ido poblando paulatinamente de peor tripulación. Tanto era así que hasta con piloto automático estaba en un tris de salirse de órbita.
Era una forma metafórica de hablar: hasta con una destrucción total brotarían en el futuro nuevas forma de vida.
Pero estaba claro que nosotros formábamos parte de lo más depurado de la civilización, la punta de lanza del destino sobre la Tierra. A nada ni a nadie debíamos temer. Pero tampoco debíamos incurrir en errores como los del uso de la violencia que tan escasos resultados habían producido hasta ahora.
Había que conservarse a toda costa.
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Aquella noche, no obstante, no terminó en batalla. A fuerza de insistir- como se dijo- el portero me aclaró que el propio dueño había dado orden terminante de que no me dejaran entrar en la discoteca.
Al menos, me fui con una importante evidencia a la cama. Me sentí- de vuelta a casa- como un vagabundo que no tuviera más rumbo que su propia morada.
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La habitación se me había llenado de mosquitillos pequeños que tenían un sabor dulzón cuando te tragabas accidentalmente alguno. Mientras cerraba los ojos, empecé a pensar que el destino mío y el de la humanidad estaban tan estrechamente vinculados que mi margen de maniobra era bastante escaso en consecuencia. Quizá por ello me habían denegado la entrada. Un poco más tarde, cuando los pensamientos empiezan a hacerse absurdos concilié el sueño.
La nave tierra, al menos por mi parte, empezó a funcionar de nuevo con el piloto automático.
Durante la noche mi inconsciente y aquel sabor dulzón de los mosquitos en la boca me hicieron fraguar el argumento de la que sería mi primera novela. Iba sobre un tipo al que escatimaban hasta argumentos para novelas.

Texto agregado el 04-08-2016, y leído por 149 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-08-2016 excelente narrativa yosoyasi
05-08-2016 Es una forma creativa de mostrar la falta de inspiración. Marcelo-Arrizabalaga
04-08-2016 Excelente, amigo. Filosas reflexiones acerca de las relaciones interpersonales y el mundo; con un cuidado final exacto, cerrando tranquilamente el circulo. Muy ingenioso. Y definitivamente sobresaliente. Pato-Guacalas
 
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