Alguien dijo que con esos pensamientos podría ser un genio, y ¿Quién dice que no lo será? Él era un niño de ojos grandes y redondos, de cejas pobladas. Tenía un hoyuelo en la barbilla y una cabecita alargada que lo hacía diferente a los demás. De carácter afectuoso, pero algo rebelde.
Todos los días al despertarse, Ana, su madre, le preguntaba:
—¿Cómo amaneciste?
—Bien, respondía él.
—¿Gracias a quién?
—Gracias a Dios y se lanzaba a abrazarla besando su frente.
Sentía un especial cariño por los animales. Para su cumpleaños, la madrina lo complació regalándole un bengalí y un pitbull negro.
Con Sombra, tal era el nombre del perro, pasaba la mayor parte del tiempo, era el amigo de juegos, el guía, su protector.
A Lupita, le cambiaba el agua todos los días y tan pronto colocaba en su manito un puñado de alpiste, el pajarito se acercaba a comer. Nunca le hablaba, como sí lo hacía con Sombra.
Pero un día, de esos que no es cualquiera, estando en el jardín miró a Lupita con ojos pensativos, se sentó en cuchillas y… suspiró.
—Lupita, ¡Tengo que decirte algo!
— ¡Ay! ¡Qué vida tan dura esta!
El pajarito cantó, su pico rojo se hizo más vivo y revoloteó por toda la jaula. Parecía entenderlo.
— ¡Silencio! ¡Es nuestro secreto! Lupita, tranquila… tranquila se congela tu cerebro y eso duele. ¿Sabes? mi cerebro está congelado, es que cuando el abuelo está en casa no puedo entrar a jugar con el primo Juan, si me ve mueve la quijada tan feo que asusta. A veces mi corazón tiene hambre y mi cerebro quiere pasear, pero a Papi se lo llevaron unos señores vestidos de verde y mami no tiene billetes para tantas cosas.
El niño se detuvo un momento, se le opacaron los ojos. “¡Estoy más enjaulado que tú!”, pensó.
— ¿Lupita, qué puedo hacer?... ¡Pues nada, cierto?
— ¡Chissst! ¡Chsss!, mami se acerca. Escucho su cascabel, ¡perdón!, es el sonido de sus chanchas con círculos dorados.
Ana llegó hasta el patio donde estaba el niño.
— ¿Por qué llorabas, mami?
—No estaba llorando. Tengo los ojos irritados, es todo.
—Espera mami, quédate quieta.
El niño acercó el oído al corazón de su mami y exclamó: — ¡Tu corazón está enojado contigo, no pude escucharlo! ¿Ves? … estabas llorando. ¡No llores! Te prometo hacerte caso, dejar de escalar en el marco de las puertas de la casa, no volver a levantar a Mateo de los pies y menos trapear el piso son sus crespos, ni tirarle piedras a Manuel, así me provoque el malgenio y el próximo día de escuela madrugaré y quitaré los chinches que dejé en el asiento de la profesora.
Unos segundos después colocó una mano en la cintura y alzó su mano derecha al tiempo que se balanceaba muy suave y dijo: “¡Es nuestro pacto!”.
El niño tomó de la mano a su mamá.
¿A dónde vamos?— le preguntó ella.
—Vamos a la calle. Tengo que mostrarte algo.
Tan pronto llegaron a la calle, el niño dijo:
—Mira, mira esa nube, se parece a un conejo y sonríe… ¡Tan lindo! Y con el dedo en la frente le dice, te estaré vigilando.
— ¿Y eso por qué?
—Ah… pues para que no llores —y la abrazó con fuerza apoyando su cabeza en el pecho.
—¿Mami, cuando regresa papá? Es que lleva estos días —Levantó sus manos y las movió suavemente de atrás hacia adelante— ¡ah!… muchos y no aparece con la película de pixeles que me prometió cuando salió con esos hombres.
A su mami se le hizo un nudo en la garganta, en las últimas semanas se emocionaba con una facilidad que tenía que morder sus labios para no dejar caer una lágrima más.
— Mi amor, papi regresará pronto. Ve a tu cuarto a pintar y cómete las onces, en la mesa está servido.
El niño arrugó la frente, agachó la cabeza y caminó con lentitud hacia su cuarto balanceando sus brazos, en señal de protesta. Mientras que Ana se dirigió a la cocina.
Cuando el reloj marcó las 12:30 del mediodía, Ana comenzó a llamarlo.
—Camilo…Camilo, el almuerzo está listo.
El niño no respondió. Entonces, Ana caminó en dirección a su cuarto, su llamado se escuchó más alto: “¡Camilo!, ¡Camilo! …¡Camilo! ”. Pero él no contestaba.
Cuando Ana llegó al cuarto empujó la puerta, lo vio acostado boca abajo con los pies cruzados y con un papel empuñado en su mano. — ¡Camilo, no! —gritó— y al instante escuchó el rechinar de los dientes del niño.
El niño estaba profundamente dormido. Las piernas de Ana todavía temblaban, pero entró en puntillas para no despertarlo y suavemente tomó el papel de su mano, había escrito una carta al abuelo.
Querido abuelito:
Desde que a Papi lo desapareció la guerrilla, las cosas van mal en casa. Ahora mis amigos son Lupita y Sombra, ellos no fallan como las personas. Quien me preocupa es mamá, ella no está bien y tanto silencio me está afectando.
Sé que tú no me quieres, yo a ti sí te quiero, aunque nunca lo sabrás porque esta es la última carta que te escribo y boto a la basura, es que no quiero que me duela más esto, esto que no veo que alguien llama alma.
Se despide tu nieto Camilo.
|