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Como matar el fantasma de tu recuerdo

Es mediados de junio y llueve, es una lluvia menuda e intensa que moja todo, una lluvia que los limeños llamamos “garua”; la tarde está más triste y gris que nunca, miro por la ventana y solo me trae recuerdos, los recuerdos de ella; y son tan raros recuerdos, como el de aquella mañana de sol, cuando los pajaritos piaban afanados sobre las ramas de nuestro ciprés, ese que se mece hacia ventana del dormitorio y ellos parecían que estaban dándole los buenos días cada vez que ella llegaba de viaje.

Lo más extraño es que no sé porque, siento que no se ha ido, que aun está en casa, presente, recorriendo cada esquina de la casa, cada rincón desde donde ella podría abalanzarse sobre mí, para empezar aquellos juegos absurdos que terminaban en besos y caricias para toda la noche, así la recuerdo.

No es fácil vivir sin ella, los días ahora parecen de 30 o 40 horas, más largas son aun las noches, ¿por qué se prolongan tanto? Solo, en una oscuridad total, me surgen todas las sensaciones que compartimos, vivimos, buscándonos a tientas, entrelazando nuestras manos, arrimando nuestras almohadas, solo me consuela ahora, que ya no la hago trasnochar, cuando me quedo más de la cuenta leyendo nuestra Biblia.

Sumido en esas noches oscuras es cuando empiezo a tararear nuestras canciones, viejas canciones llenas de sentimiento y ternura; siempre las comenzaba a cantar ella, con aquella voz suave, dulce como cuando una niña canta a solas, y no me queda más que acompañarme con la vieja guitarra que me regalo; buscando su voz para que me dé el tono adecuado, la octava correcta y así es como la recuerdo.

Otra de las cosas raras que tienen sus recuerdos es sentir su presencia, algo así como que me está observando, vigilando, por el pasadizo hacia el dormitorio o cuando creo que está ahí mientras me estoy afeitando y estuviera ella detrás de la cortina del baño, no lo sé; pueden ser nada mas casualidades pero he encontrado su bata al borde de la tina y sus castaños cabellos en el borde del lavabo, o será solo que yo lo haya puesto ahí y ya no me acuerdo, pero es así como la recuerdo.

También me confunde el esperar sus llamadas, con ansiedad espero a que el teléfono suene, con absurda prisa voy a contestar y al levantarlo espero oír su voz, para estrellarme con la fría realidad que es una persona que me quiere vender suscripciones para el diario El Comercio.

En otras ocasiones me lanzo a la calle, en un caminar disperso a donde me lleven mis pasos, pero acabo siempre ese cine del barrio, donde los enamorados llegan para enrollarse en abrazos furtivos y besos ardientes inspirados por la trama, ahí estábamos ella y yo, y por más que me trato de perder entre las calles y avenidas, todo me conduce a ella, es como que si cada cuadra tuviera su nombre escrito, no tengo a donde ir; camino y camino hasta esa dulcería, que aunque ya muy vieja se resiste a cerrar, pido café y un pie de manzana, ella té de manzanilla y un pastel de chocolate, pero lo que me deprime más que estar solo comiendo, es cuando la mesera me pregunta por ella, y tengo que mentirle, para no avergonzarme al tener decirle que partió para no regresar.

Siempre termino en lo mismo, trato de matar su fantasma, trabajando hasta quedarme exhausto, tratando de llegar a casa casi a rastras de la oficina, caerme de cansancio sobre la cama, pero me gana su presencia y llego al extremo de pedirle masajes para mi espalda o preguntarle si aun quedo un poco de café caliente, tan sabroso como ella lo hacía.

Hasta en mis sueños me veo queriendo olvidarla, enredándome con otra mujer pero es tan fuerte su recuerdo, que me embarga el remordimiento de serle infiel aun soñando; es que ya no tengo más que hacer, no tengo otra salida a mi dolor, que buscarla ahí a donde ella se ha ido, allá lejos mas allá de las estrellas, ahí donde nace el sol, ese bello y apacible lugar que le llamamos cielo, porque es allá donde me espera, sé que me espera y me voy quedando cada día más ansioso de cerrar mis ojos para tenerla conmigo otra vez.

Agosto 2, de 2016

Texto agregado el 03-08-2016, y leído por 173 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-09-2016 Tu relato me ha recordado los de Felisberto Hernández y su manera poética, intuitiva de evocar los recuerdos. Salud, gilbertmoulin
03-08-2016 Hay, de hecho, muchas maneras de cómo matar fantasmas de recuerdos; y hay cosas que solo son como matarlos... Si se encuentra la diferencia entre ambas habrá éxito. Bonito cuento con tintes nostálgicos. eRRe
03-08-2016 A la "garua" acá le decimos, "mojatontos". eRRe
03-08-2016 Una melancolía tremenda, lo que nos hacen los recuerdos. Buen texto, me gustó PAULASOL
 
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