Coincidiendo con mis primeros recuerdos, también nuestros primeros inviernos en la nueva tierra estuvieron presididos por el frío; mas un frío de puertas afuera que contrastaba con la calidez del que a poco tiempo de vivir en él fuera considerado hogar. Un frío que se arremolinaba en torno a la chimenea( que parecía abonada a los vientos pues de ella brotaba un constante zumbido ululante aterrador y entrañable al mismo tiempo donde radicara, más que en cualquier otra cosa, el signo distintivo del hogar); como nosotras nos habíamos también de reunir al calor de los tocones ardientes y al de las historias con que mi padre pretendía- quizá- aquilatar el valor de la casa, ante, según me contara después, mis constantes protestas por el clima reinante en la tierra a que nuestro padre nos había de traer. Después: o los primeros inviernos resultaron especialmente crudos o me acostumbré, quizá adaptándome a consecuencia de mi escasa edad, pues el frío se disipó.
El resplandor de la llama hacía de nuestras cabezas sombras chinescas contra la pared opuesta del jaraíz, justo donde en aquellos tiempos estaba el hemiciclo del brocal del pozo contra la pared mediana pues eran sus aguas compartidas con la vivienda vecina, y, que de esta forma, rivalizaban en tamaño con las tinajas de barro de dos metros de altura que se encontraban a todo lo largo de la pared del zaguán. De aquellas sombras arrancaba siempre el relato preferido de nuestro padre.
- Sabed, hijas, que esta casa en tiempos no estuvo habitada por gente ordinaria y soez sino por amantes de esta tierra a los que sólo la injusticia acabó por echar.
Señalando hacia los grandes recipientes nos preguntaba por el mejor de los tesoros que en ellos guardaríamos, desistiendo finalmente de la pregunta y entrando en el relato ante nuestra falta de acierto (ex profeso, salvo la primera vez). Y aunque no utilizaba el mismo orden ni palabras respetaba el contenido primero a cuyo conocimiento, por otro lado y según no olvidaba de informar, había tenido acceso por revelación de quien nos vendiera la casa, satisfecho por haber obtenido sin regateo la cantidad inicial.
- Sabed hijas que no hace tanto tiempo a algunos de los moradores de estas tierras, como de otras en toda España, se les expulsó.
"Y el pueblo fue necesario repoblar pues muchos habían sido los judíos y moriscos árabes que por aquí vivían y de esta tierra habían hecho su patria al ser la única que habían pisado y conocido..."
"Pero los que esta casa habitaban no debían ser del común pues en su salida no dejaron las puertas con trancas sino abiertas de par en par, pero- contrariamente a como, seguro, estáis pensando- no fue de las primeras en habitarse pues se propagó la noticia de que seguía ocupada por el espíritu de quienes la abandonaran y que era en ella imposible descansar hasta- se decía- que los anteriores moradores hallasen en algún lugar la paz..."
"Finalmente hubo de llegar a esta tierra quien fuera el antepasado de nuestro vendedor que venía huyendo de privaciones y de los hombres que el decreto de expulsión debía de ejecutar y, al que al no atarlo familia en que poder represaliar, decidió no abandonar, si no le precisara en exceso, la tierra de la que en base a obtusas razones de pureza de fe y sangre se decidiera su expulsión. Buscando techo halló la casa encantada- como empezaba a ser conocida- no importándole la circunstancia anterior mas hecho por el que la envidia le hiciera acreedor de fama de andar en tratos con el mismo demonio, de cuya acusación logró exculparse, como otro día- por no hacer prolijo el relato- contaré".
De todas las historias que contaba nuestro padre la anterior era la favorita y nunca olvidábamos al día siguiente de comenzado pedirle que lo concluyera, lo que le agradaba recónditamente hasta el punto de insuflarle bríos en su exposición que continuaba gesticulando y haciéndose partícipe del relato como si fuera el antepasado del vendedor que se defendiera frente a la Inquisición. Por todo ello, con el tiempo, dejó de importar si la historia era apócrifa o real ya que había pasado a ser tan auténtica como cualquier hecho constatado.
“El antepasado del vendedor, movido por la necesidad de justificar su presencia y la ocupación que había hecho de la casa empezó a buscar en todos los rincones de ésta, lo que le permitiera legitimar su posición, algún legajo cuya tenencia amparase su posición, de lo que tuvo que desistir al haber mirado y remirado por todos los rincones infructuosamente. Decidió entonces huir hacia la costa, que no distaba más de veinte leguas hacia el Este (tres o cuatro jornadas a uña de caballo trotón) con lo que pondría fin a su situación irregular embarcando a otra tierra. Compuso los arreos del caballo y cargó mies con algo de grano, que había en la casa, para poder alimentar a la cabalgadura por si se hacía preciso cabalgar sin darse a vistas en lugares habitados. Sobre el suelo donde estaba la mies, descubrió unas rozaduras que luego mostraron ser letras que debidamente descubiertas mostraron el mensaje:
(La casa ha de ser
Para quien con la mirada clara
Escrute a su través
Venciendo la hediondez
Con el sol sobre la aldaba).
Estaba la tarde bien entrada cuando desistió de la huida. Salió a la calle e imaginó el mediodía alumbrando cálidamente la aldaba de las portadas ya que según acertadamente pensó no podía esperar al día siguiente para seguir al pie de la letra las instrucciones del acertijo. Se dijo a sí mismo en alta voz: venciendo su hediondez y, al mismo tiempo que aguzaba el olfato, giró la palanca de la aldaba. Entró en el zaguán dejando la portada abierta para aprovechar los últimos rayos de luz. A la derecha las tinajas como centinelas flanqueaban a uno y otro lado el medio brocal del pozo. Se izó sobre el pretil olfateando todo el recinto. Desde allí se aupó a la primera tinaja desde cuya boca con ciertos equilibrios podía subir a las otras del mismo lado. Retiró unas pesadas tapas de madera y con los últimos destellos de luz pudo comprobar que estaban vacías por lo que estuvo a punto de desistir. Ya entre tinieblas y guiándose por el tacto y el olfato percibió en el último recipiente un resto de aroma de aceite de oliva que se dejara sentir algo estropeado en su tono final. Sin pensar cómo saldría del gran recipiente se introdujo en él donde fuera a caer sobre una capa de aceite que sólo le llegaba a los tobillos pero suficiente para lubrificar sus pies desnudos que le impidiera no resbalar sobre la cara interior de barro de la tinaja que además era más honda de lo que parecía pues su pie descansaba unos tres palmos enterrados sobre la superficie del zaguán. Auscultó ávidamente el suelo del recipiente y dio con un trozo de hierro o de cualquier otro metal pues a metal sonaba al golpearlo contra la pared de su prisión. Lo introdujo en la faltriquera y le agradó el sonido metálico que obtuvo al choque contra las monedas que guardaba en ésta, pues por el tacto ya sabía que se trataba de una llave.
Con aquélla, que finalmente fuera y de la casa y un legajo que confeccionó a su buen criterio logró, no sin dificultades, demostrar que había estado en tratos con quienes no habían tenido más remedio que abandonar la casa…”
Y aquí era donde papá introducía lo que justificaba su larga historia:
“… demostrar que había estado en tratos con quienes no habían tenido más remedio que abandonar la casa que- según es mi opinión- con aquel gesto quisieron poner de manifiesto que de todos los tesoros que allí dejaban no era el más insignificante aquel entre el que el antepasado encontrara la llave y- por otro lado- sobre lo que erraron (lo que da más valor a mi teoría) pues pensaron que los soles le harían pronto destilar excrecencias haciéndolo poco grato al olfato sin haber tenido en cuenta que la proximidad al pozo- que mantuvo el nivel de agua al no ser usado- lo refrigeró y mantuvo en su pureza…”
- Sí, pero papá, ¿cómo logró salir de la tinaja?
- Algún día, tú misma, lo comprobarás.
|