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Aquella misma noche(la correspondiente al día de la muerte de nuestro padre) recordábamos los tres a papá en la habitación, presidida por el vacío que éste había dejado, que Laura- la mayor- había querido amortiguar con una gran fotografía que conservara en secreto en la que junto a nuestro padre figuraba una mujer. Esa misma noche tuve, por primera vez, constancia del semblante de mamá y del enorme parecido físico que a juicio de mis hermanas guardaba con mi expresión habitual.
La habitación en que se colocara la fotografía era de tránsito entre las habitaciones y el gran zaguán que diera a las portadas, a la que se accedía bajando un escalón, por lo que resultaba inevitable todas las noches darme de bruces con el rostro de la mujer a la que había aprendido con el tiempo a odiar y que, ahora, se había revelado casi como mi propia imagen con lo que paulatina e inconscientemente empecé a identificarla como una instantánea de mí misma con papá y el escalón como reencuentro conmigo y preludio de un sueño pleno y reparador.
Las noches de invierno al calor de la chimenea del gran zaguán resolvía los deberes del colegio mientras Laura preparaba de cenar con la diligencia de quien hiciera a la perfección las veces de madre que incluso hubiera podido ser mía por edad, mientras que en verano, en el mismo recinto, entornábamos las portadas al anochecer al efecto de dejar pasar alguna brizna de solano para refrescarnos, con lo que invariablemente tanto en el buen tiempo como en el frío al ir a la cama repetía lo que no dejaba de ser, no obstante su involuntariedad, un ritual compuesto de escalón, fotografía y cálida cama abierta al sueño. Tenía quince años cuando dejé de dormir con Inés( la hermana del medio) por lo que en el tiempo de la fotografía ya estaba en la que yo llamaba habitación oscura lo que en rigor no era totalmente cierto pues tenía una pequeña ventana que comunicaba con un corral interior al que, por otra parte, de haber sido necesario, se hubiera podido acceder por el zaguán mentado de las portadas, al que Laura llamaba jaráiz, pues en él se conservaban vestigios, como las tinajas apiladas en un rincón de haber sido sitio de guardar vino.
Hacía poco que era una niña y, ahora, tres años más tarde, me sentía mayor. Tenía quince años cuando Laura lo dijo:" con las lagañas puedes hacer dos cosas, a partir de ahora; no criarlas o limpiártelas tú", y con diecisiete en el entierro de papá me sentía tan mayor.
Con todo aquello de dormir sola, de ocuparme de mi cuidado personal, acababa una etapa de mimos- definitivamente olvidada con la muerte de papá- con la que Laura nos ponía sobre la pista de que tanto Inés como yo teníamos que colaborar.

Realmente si hubiese tenido que dar explicación- aunque hubiese sido a mí misma- de la inquina que había ido elaborando contra mi madre, seguramente lo hubiese tenido que explicar en términos de reacción frente a un abandono del que, secretamente, me sentía responsable. Ciertamente sólo me basaba en la circunstancia temporal de que el abandono se había producido no después del nacimiento de Laura y tampoco tras el nacimiento de Inés, sino, precisamente, al poco tiempo de poder desenvolverme yo. De esa forma, cuadrando el silogismo, me sentía responsable de la infelicidad de nuestro padre durante los años que anduviera con nosotras pues me resultaba inimaginable encontrar una razón que pudiera esgrimir una mujer justificando su abandono. Otras veces, más tarde, pensé que su perfección era consecuencia del estado mental subsecuente al abandono de aquella mujer que campaba en el retrato junto a él y que lo habría determinado en una melancolía perpetua de anhelo en que- según esta versión- consistiera su gracia personal. Pero siempre acababa desechando este pensamiento que recurría, no obstante, en mí, a veces, cuando recordaba la sonrisa perenne en la mirada con que siempre me acogiera y que, en cierto modo, me aliviaba de la responsabilidad por ese fondo de infelicidad- que sólo yo creí descubrir- en la eterna mirada sonriente de nuestro padre. La fotografía de la habitación de tránsito que Laura desempolvara fue explicándome poco a poco, al compás del descenso del escalón del zaguán, que en mi mirada, posiblemente, papá veía algo más.

Texto agregado el 30-07-2016, y leído por 111 visitantes. (1 voto)


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