Citándolo como con memoria eidética, sentenció "No seas cojudo. Nada en la televisión es verdad, nada". Cuando aquel director de cortos universitarios me dijo esto, no entendí bien a que se refería. Un par de años después conocí a Clau y entendí de qué hablaba.
Si bien me cachueleaba con cortitos pastrulos de instituto o un pequeño personaje en una obra pseudoprofesional en algún teatrín barranquino, yo considero que empecé a dar mis primeros pacitos como actor cuando salí en televisión nacional. Fingía tocar guitarra en una playa mientras "actores" alrededor de mí consumían el producto, fue un comercial y solo salió mi silueta en un plano general. Yo moría por continuar en la tele, lamentablemente las cosas se mantuvieron maso menos igual durante un buen tiempo hasta que un día, no sé cómo ni por qué, mi suerte cambió.
Los azares de la vida me llamaron para hacer un pequeño personaje en una serie de moda. Sería el hermanastro menor de no sé quién. El chiste duraba un par de días porque me mataban, pero al principio uno acepta lo que sea, da lo mismo el tamaño de tu personaje o cuanto te vayan a pagar, lo único que quieres es ser parte de ese mundo tan mágico lleno de color, emoción y toda esa mierda que te venden.
Sobreviví a las ansias y el día llegó. Salí de mi casa tan preparado como el hombre más preparado podría estarlo. Las expectativas que tenía sobre mi primer día de trabajo eran estratosféricas y gracias a todos los dioses, la televisión peruana no me defraudó, dando un saludo digno de su famosa espontaneidad.
–Eres un idiota, niño. Me cagaste el carro. –En mi primer día de trabajo como actor profesional me atropelló un auto.
Lo que veo antes de ser atropellado es muy borroso, como si fuese un sueño. Cuando hago memoria de ese incidente, el recuerdo siempre inicia con el encantador Eres un idiota, niño. Me cagaste el carro. Su voz te creaba dependencia, como si la mujer que casi me mata hubiera nacido para ser única y exclusivamente escuchada, y todo esto superado solo por su madura belleza, que evidentemente es superior a una belleza inmadura… Perdón. Hablar de Clau me pone nervioso y me desenfoca, pero procuraré ir directo al grano.
La televisión de mi país está llena de personajes característicos por periodos directamente proporcionales a la cantidad de escándalos que hacen y en ocasiones hasta inversamente proporcional a su talento, personajes mediáticos les dicen. En el tiempo en el que yo empezaba a ver la televisión como una posibilidad, los actores chéveres eran, en su mayoría, muy buenos en lo que hacían. Eran de esos actores completos, impecables, casi sacros que con una sonrisa y una línea adecuada derretían monjas y curas, y eso me deslumbraba a mí y al resto de la nación. Clau era una de esas increíbles actrices a las que admiraba tanto, posiblemente la mujer más atractiva que he visto en mi vida y ahora estaba frente a mí diciendo que mi cuerpo le había jodido el maldito carro. Perra.
Yo estaba tirado en el pavimento, adolorido y furioso por la falta de tino de la conductora, pero a nadie le importó. Ella bufó y arrancó. Nadie hizo preguntas, nadie salió.
A este primer contacto con Clau y con la televisión general, le di el beneficio de la duda, todos tenemos días malos; pero lo que viene después es fugaz, rapidísimo, es tan efímero como intenso y define mi enfoque como actor y como la televisión entra a tallar en mi vida.
Como latino hercúleo y orgulloso, me hice el indignado y no me acerqué a Clau. Como ella es amiga de todo el mundo, no me acerque a nadie. Pensé que así terminaría mi primer mágico día de grabación, sin historias divertidas, sin historias, la verdad. Pero me equivoqué.
–Te llevo a tu casa si me invitas un trago. –Volteé y ahí estaba ella una vez más, en su bello auto abollado por mi cadera, mirándome con esa mirada de mujer que sabe lo que vale y de lo que es capaz, que si hablamos de Clau, es muchísimo.
– ¿Qué pasa? ¿Te comí la lengua? –dijo a media sonrisa. No terminaba de digerir la primera pregunta y ya me lanzaba otra igual de sin sentido. Me volví un pequeño niño que no sabía que decir, pero ella sí. –Bueno, me aburrí. Sube. –Y claramente me subí.
No creía que la mujer que estaba conduciendo y cantando blues en portugués a mi lado era la misma que me atropelló deliberadamente y la misma que todo el mundo cree conocer.
No sé si era su manera de caer bien o si se percató que los nervios me paralizaron, pero empezó a hablar y preguntar cosas de manera aleatoria, puras trivialidades. No entendía por qué este cambio tan repentino para conmigo, pero me gustaba.
Llegamos a un bar secreto frente a la universidad de Piura en Miraflores donde la conversación se hacía cada vez más y más amena con el pasar de los tragos.
Me di cuenta que no había pagado el trago ni me había llevado a mi casa cuando nos besábamos en su auto. Me di cuenta que no es la actriz recatada que aparenta para su fanaticada. Me di cuenta, finalmente, que tendría sexo con una mujer que casi me dobla la edad.
– ¿Fumas? –dijo mientras fumaba–. Sí. No. Con poca frecuencia la verdad, pero no porque no quiera, solo que las oportunidades no se me han presentado con taaanta frecuencia… –Ahora hablas demasiado– me interrumpió–. ¿Bebes? –Eso sí me gusta. Soy un buen bebedor. –Sonreí confiado– ¿Buen bebedor? ¿Eso qué quiere decir? –Para variar, no supe que decir. – ¿Consumes drogas? –Y empecé a consumirlas.
Por ahí va lo que quieren escuchar ¿No? Todo el tema de las drogas. Bueno, a ella le gustaban mucho, muchísimo. Demasiado, como se habrán dado cuenta. No me miren así, no puedo dar grandes detalles, conocí a Clau un par de semanas.
–Entendemos. ¿Qué pasaron en esas dos semanas? –cuestionó el mayor luego de verse brevemente con el otro–. A ver. Mi "relación" con Clau tuvo beneficios en mi carrera: mi personaje no murió, es más, entró a tallar con fuerza protagónica. Esa mujer tenía el poder para hacer lo que sea en esa serie, y en la vida en general. Podía matar, revivir y volver a matar a cualquier personaje o traer hermanos trillizos separados al nacer. Fue divertidísimo pasar de ser un mequetrefe cualquiera a almorzar con los directivos solo porque a Clau le parecía "la joven promesa de la televisión peruana"; era su floro para poder tocarnos por debajo de la mesa. Ya saben, en este mundo la apariencia lo es todo y Doña Claudia no podía estar con el nuevo de pelo crespo, así que procuramos mantener perfil bajo en todo momento. Por todo este asunto es que soy medianamente conocido, pero esos son beneficios que me duraron un par de semanas y que ahora rechazo totalmente.
– ¿Y qué más pasó? –dejó de mirarme para llenar de garabatos un cuadernillo– ¿Qué más? Bueno, follé como mierda y jalé como mierda. ¿Eso querían escuchar? ¿Lo evidente? ¿Acaso no murió de sobredosis? –Su declaración es necesaria, señor. –Ya está, entonces. Esa es toda la historia. – ¿Qué puede decir de la noche de la sobredosis? –Jalamos más que nunca. –Bueno señor, gracias por cooperar.
Los hombres de traje me dejaron solo en la habitación. Prendo un cigarrillo y me siento más solo que nunca. Clau murió la última vez que pues... nos drogamos. No es que hayamos previsto el exceso, solo pasó.
Estábamos en su departamento, casi terminábamos un wisky, ella jalaba y hablaba por montones. Me contaba que se había enamorado de la actuación a los catorce gracias a un monólogo que hizo, fue Lady Macbeth. Dijo que lo recordaba clarísimo y la reté a que lo haga. Inició. Era gloriosa. Estaba eufórica y yo la veía embobado. Se metió un tiro más y cayó de bruces contra la alfombra. Y yo la vi, embobado.
Nunca cuestioné los porqués de Clau. Si ella me quería a mí de entre todo el mundo, yo feliz. Estas son las experiencias que no son buenas ni malas, solo te generan un placer único y ya. Todo aquí está muy convulsionado, hablan pestes de la pobre, a nadie le parece posible que el ejemplo de toda mujer peruana haya muerto así. Gente cojuda, no saben lo que dicen. Yo viajaré y haré teatro por todos lados, ya no puedo seguir aquí. Le haré caso a todo lo que me enseñó y seré lo más sincero que pueda conmigo mismo y que se joda el resto. Voy a hallar la paz que Clau no tuvo. |