Cuando nadie me quiera llevar
yo me llevaré a mi mismo
por un camino extrañísimo,
sea como sea voy a llegar
más rápido a la lumbre,
a ese lugar de puertas abiertas
y ventanas siderales
donde todos aprendieron
a cortar bien el cordón umbilical
que les producía dolor y desamparo
y salieron de las cavernas
con los ojos llenos de telarañas,
pero pudieron ver esa conjunción
de planetas y de almas
y esos ojos dejaron de ser ojos
y fueron más que ojos,
fueron la cuarta y quinta dimensión
donde no cuenta la razón,
tal vez cuenta el sentimiento
y la palabra sagrada,
una realidad aumentada
donde el simple ojo era insuficiente,
la visión tenía dos ampollas espúreas
y el hombre nuevo clavó la aguja
en el centro de las pústulas
y luego lavó los ojos
con infusiones de plantas medicinales
para cicatrizar bien las heridas
y el hombre pudo ver
todo el sistema solar
y los vastos cielos
y la luna sin manchas de sangre
y, entonces fue la hora del canto,
del abrazo y de la risa,
pues las estrellas se encendieron
y del espacio bajó un rayo de luz inmenso
que se hizo caricia y verso
en todos los corazones,
de los más valientes
y también de los temerosos.
Como por arte de magia
se abrió el sésamo
y salieron todos los buenos deseos,
la tierra volvió a parir hombres nuevos
llenos de paciencia y gran sabiduría,
dejó de existir el negro y el blanco,
el azul y el verde aisladamente,
pues se fusionaron los colores
y de esa fusión nació el arcoiris,
no los colores primarios del espectro,
sino los colores esenciales
de la hermandad y la vida.
AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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