Las dos rondan los 60 años. Una de ellas está sentada a la orilla de la piscina. Sobre una tumbona, intenta leer un libro. Al fondo vemos a la otra mujer barriendo. En su quehacer, poco a poco se va acercando a la que, obviamente, es su jefa.
Su jefa está acalorada y se da por vencida con el libro. Lo deja descansar en su regazo. Voltea y, por sobre la moldura de sus lentes, observa a la otra mujer. Regresa a su posición inicial, pero esta vez se queda con la mirada perdida en el agua.
La empleada finalmente llega y barre abajo del asiento de su patrona, quien ahora la mira de reojo. “Hada”, dice. “Ahora que ya estamos viejas las dos. ¿No te parece que podríamos hablar de las cosas que hacíamos de niñas?”.
Hada deja de barrer. La mira durante un segundo. Suspira y sigue barriendo.
“Ay, Hada. ¿Me vas a decir que ya no te acordás? Hoy ya se fueron nuestros maridos. Cuando el tuyo se fue con esa negrita, ¿no te pusiste a pensar en que las cosas podrían haber sido distintas? Quizá hubiera sido todo distinto. Sí, yo sé que era yo la que te sonsacaba, pero bien te dejabas. No vayás a fingir que ya no te acordás de nuestro rincón. ¿Nunca pensaste en eso? Yo sí… a veces. Sobre todo cuando se enfermó Luis. Era horrible tener que cuidarlo y ser su paño de lágrimas cuando le agarraban esos dolores en la columna. No se merecía esa mi devoción. Vos sabés que no se la merecía. Si hasta con mi mamá se metió cuando éramos novios. Desgraciado. Menos mal que no pretendía que yo lo bañara también. ¿Qué hubiéramos hecho sin vos? Para colmo se fueron los niños, ¡hasta la tuya! Y cada vez vamos necesitando menos gente en esta enorme casa. Al final vamos a quedar solo nosotras dos. Estábamos destinadas a estar juntas. ¡Ay! ¡Si mi mamá nos hubiera visto! Pues sí, Hada. Decime. Sentate. ¿Nunca pensaste en esto?”
Hada para de barrer. Sonríe y cálida, pero directamente le contesta: “Ay señora. Sí me acuerdo. Pero nunca antes lo pensé. Nunca tuve tiempo”.