Herederos del abuelo de Pepe Turis.
La profesión de escribidor es un guadiana profesional. Hay momentos, días, semanas, meses, en que lo mismo que un albañil no deja nunca de ser albañil o un taxista igual, se deja de ser escritor por la razón evidente de que dejan de afluir historias. Por lo menos a Pepe Turis así le pasaba. Me contaba sus congojas en la zapatería que yo regento, entre probada y probada de fino zapato a una y otra señora.
Cómo te envidio; me decía luego en la rebotica, hasta que sonaba la campanilla que tengo situada en la puerta, momento en que no me dejaba de envidiar, pero en el que apaciguaba su discurso. Y se venía detrás de mí como un can hace con su amo, con una especie de confianza ciega de que haciéndolo, por no se sabe qué procedimiento, le iba a restituir la inspiración.
El caso es que, según me decía, daba resultado. Algún efecto hipnótico le producía la visión de la señora descalza, pues- según contaba- al poco de estar dándome la barrila recobraba misteriosamente la capacidad narrativa.
Desaparecía entonces de mi vista hasta el momento justo en que se le pasaban los efectos literarios, en el que lo veía venir a través del escaparate de la tienda. Me hacía entonces el despistado metiéndome al almacén como que ordenaba unas cajas, pero me sabía de memoria el discurso que se traía.
Justo es; le decía otro día, medio en broma, que firmemos al alimón tus obras; pero en seguida argumentaba que en el rótulo del negocio tampoco figuraba su nombre. Y llevaba razón el hombre, pues la presencia de tan conspicuo literato aceleraba las ventas, pues algunas señoras bien, venían ex profeso cuando corría la noticia a que les firmara algún libro. Por vergüenza se llevaban algo de género.
De tal forma, mi amigo Pepe y un servidor, formábamos una extraña simbiosis, como tantas otras se dan en la naturaleza. Ni que decir tiene que su literatura estaba muy influenciada por el género zapateril, abundando en descripciones de bellas propietarias de enmediados pinrelillos en los que ajustaban como guantes los más preciados calzados.
Un día lo entrevistaron en televisión y le preguntaron la razón por aquel tema, en su obra, tan recurrente.
Dijo: es una larga historia… que principia por un abuelo mío zapatero, al que le ayudaba de pequeño a ordenar cajas y vender zapatos.
No lo van a creer, pero andaba desde hacía tiempo con la idea de remozar el negocio e incluso cambiar su nombre- viuda de Soriano; precisamente la señora que me lo había traspasado- por otro más eufónico. Se le ocurrió a mi mujer y me pareció bien. Desde entonces quien compra aquí calzado no lo hace en Viuda de Soriano sino en “herederos del abuelo de Pepe Turis”.
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