A los catorce años, una frase plasmada en la contraportada de una edición de El alquimista me hechizó. La cita en cuestión era: “cuando alguien de verdad desea algo, todo el Universo conspira para que lo logre”. Ahora, más de una década más tarde, cada que recuerdo dicha oración, meneo la cabeza y pienso: “¡pero qué gran pendejada!” La razón de tal cambio es porque, luego de vivir varias experiencias, la conclusión a la que he llegado dista mucho de la impresión de Coelho: cuando quieres algo, todo el Universo parece ponerte un sinfín de obstáculos para que te quedes sin cumplir tus objetivos. Esa es mi particular opinión, y la digo aún a riesgo de que los fans de dicho autor pongan precio a mi cabeza; pero eso no es lo único que quiero compartirles en este texto, sino una serie de reflexiones un poco más profundas.
Primero que nada, empezaré con un cuestionamiento: ¿por qué me impactó tanto dicha aseveración? Bueno, tal vez, como entonces era más joven e ilusa que en la actualidad, la premisa de que los anhelos se cumplirían casi por sí solos, era más que llamativa. Y es que para una adolescente que soñaba con convertirse en una gran cantante o actriz (sí, no es broma, eso era lo que quería ser); poder lograr mi éxito personal por el simple hecho de que era lo que más deseaba, y que todas las circunstancias me lo facilitarían, se trataba de algo por demás inspirador. Así pues, viví por varios años con el pensamiento de que, algún día, alguien descubriría mi voz o mi talento histriónico (cuando ahora sé que no poseo ambos) y entonces yo me volvería una gran estrella. Obviamente, no hubo nadie que me oyera cantar o actuar y mi hipotética carrera terminó antes de siquiera haber empezado.
También le añado otro factor: mi propio cambio como ser humano. Para cuando comencé a cursar el bachillerato, ser reconocida en la farándula no me interesaba tanto; y en su lugar, me atraía más un nuevo ámbito que hasta entonces había pasado por alto: la literatura. Aparte, mi rosada visión del mundo se había modificado, ya que había aprendido otra valiosa lección a base de duras anécdotas: las cosas que uno desea no se consiguen solas, sino luego de mucho esfuerzo y sacrificio (a veces ni siquiera con eso). Claro que, luego de aprender aquello a base de lágrimas y dolor, consideré ridículo el precepto coelhiano de que el Universo te ayudará a alcanzar tus sueños. En mi caso, para complicarlo todo, varios de mis proyectos más queridos han fracasado debido a “inesperados” contratiempos que me han dejado con un sabor a frustración y rabia. Por ello, ahora me hallo en desacuerdo con lo que hace tanto leí en ese libro de El alquimista.
Pero ¡aguarden, que no todo es malo! No me crean una enorme amargada por todo lo anterior. En realidad, no le guardo mala voluntad a esa novela. Posee sus virtudes y otras enseñanzas que me son de utilidad, y eso que no soy muy propensa a creer en los postulados esotéricos que plagan dicha historia. Y es que (ojo, aquí hay spoilers) a pesar de las desventuras que sufrió el protagonista (a quién robaron, secuestraron y tundieron salvajemente durante su trayecto), pudo al fin encontrar su tesoro y el amor de una bella mujer, además de que aprendió grandes cosas. Y esa es, a grandes rasgos, la mayor enseñanza que me dejó El alquimista: que disfrutes del maravilloso y salvaje viaje que te ofrece la vida, aún cuando todo aparentemente salga mal. Bueno, quizás no sea el mensaje explícito que el autor quería mandar al lector, pero es el que yo le entendí, y con el que me quedo, por encima del ya consabido “Cuando alguien desea algo realmente…” Y pues, mientras espero a que me publiquen mi propio libro, continuaré luchando y gozando de lo bueno que hay en mi vida, porque es la mejor lección que el alquimista me dio hace unos años.
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