No me importó

-¿Me da una caja de té por favor?
-¿Que marca?- me respondió la vendedora sin levantar sus ojos que, fijos supervisaban el paso del ir y venir de una lima de papel sobre sus uñas.
- De la rendidora - le respondí sin importar la marca ya que era la resaca la que me exigía imperiosa el té.
- Ya ¿y de que sabor? -Volvió a preguntar la vendedora que seguía sin alzar su vista y que esta ves puso un tono que percibí como un "enchúfate imbécil, ¿no sabes que los té tiene sabores?".
- Y yo le respondí "sabor a té hija de perra, y el vodka con sabor a vodka, y el tabaco sabor a tabaco y el café café" y salí con la caja de té sin pagar mientras la vendedora gritaba exasperada "¡ladrón! ¡ladrón!" y a mi no me importó, y fijé mi vista como un lobo en el conserje del edificio contiguo que plácidamente y como si nada, esparcía las hojas de la calle con una sopladora eléctrica, y lo vi como si fuera una juguera rechoncha revolviendo hojas y metiendo ruido tan solo para agregar otro ruido de mierda a la colección de ruidos que impiden que te escuche cuando paseo imaginariamente de tu mano y tiré la caja de té a un lado, y caminé directo, y cogí el cable de la sopladora, y lo alcé laceando su cuello, y lo apreté haciendo palanca con mi rodilla en su espalda hasta que vi en el reflejo del vidrio de la puerta de entrada del edificio, como le salía su lengua erecta por el hocico, tal como lo hacen los toros al morir en el ruedo y se desplomó.
-¡Asesino! ¡asesino! -chilló esta ves la vendedora que había salido acusadora y que atesoraba entre sus brazos triunfal, la caja de té sabor a té, y a mi no me importó.