Era una mujer mayor que cojeaba, venía caminando de frente y al cruzarse conmigo, dijo: ¿podría ayudarme para mi prótesis?... Quedé desconcertado y con dificultad pronuncié un no, entre tímido y dudoso. Luego, pensé en si realmente necesitaría la ayuda o sería sólo un pretexto para obtener algún dinero.
En mi querida y atestada Ciudad de México, por todos lados y a todas horas encuentro gente pidiendo ayuda económica. El creciente desempleo es un hecho innegable, que seguramente se agudizará con la reciente situación económica que se está padeciendo a nivel mundial. La pobreza, el analfabetismo, la corrupción y el narcotráfico, completan el no tan alegre panorama de mi ciudad y del país entero.
Si subo al metro, casi desde la primera estación comienza el desfile de vendedores ambulantes ofreciendo su mercancía barata, porque todos tenemos que comer: pasa el que vende cd´s piratas; el que con la guitarra destroza canciones; el ciego que lleva su bote con algunas monedas dentro y lo usa como instrumento musical; el que se acuesta sobre pedazos de cristal, aguzados; el que vende pastillas para el aliento, agujas, cacahuates, llaveros, revistas de pasatiempos u otro artículo cualquiera. Y la gente que abarrota los vagones, las más de las veces los miramos con indiferencia, con desconfianza, con cierta lástima, como si no formáramos parte de esta fauna urbana que diariamente pretende sobrevivir.
Si subo al camión o al microbús, el panorama no es muy diferente: sube el alcohólico que ya salió del centro de rehabilitación, el que vende chicles o dulces, o congeladas; el que toca su desafinada guitarra, el que tiene sida. ¿A quién creer?...
Cuando estoy por llegar a casa en las noches, a veces me encuentro a mi vecino de la esquina, bebe, se droga; en ese estado siempre se me acerca y me pide una moneda para curársela o seguir intoxicándose.
La pobreza reiterada va envileciendo el alma. El dicho: pobre pero honrado, cada vez cuesta más sostenerlo. El pobre pide, el borracho pide, el vagabundo pide, el vendedor ambulante pide: cómprame lo que te ofrezco, no me dejes morir de hambre.
¿Pedir es bueno?... Yo, quisiera estar del otro lado, el de dar en vez de pedir.
Son las 6:50 a. m. de un lunes cualquiera, estoy por abordar el convoy del metro en la estación San Joaquín para llegar al trabajo, viene lleno hasta las puertas. Me preparo y hago acopio de fuerzas. Las puertas se abren y... me sumerjo en la fauna urbana.
|