Siempre he pensado que cuando se escribe y expone es como los árboles que lanzan sus hojas en otoño y que se debe ser muy respetuoso de las letras, las propias, las ajenas, pues ellas son el grito de los pensamientos y emociones liberados al viento desde lo más profundo del ser.
Las letras son como las hojas, fluyen livianas sin dirección ni destino y cada cual las toma y recibe cómo puede... cómo quiere.
Hay hojas importantes que por siempre quedan atesoradas entre las tapas de un libro, hay hojas insignificantes, nadie las toma en cuenta, arrojándolas tristemente a la basura. Hay hojas que sirven de diversión, la gente las pisa, gozando el crepitar de la destrucción bajo sus plantas y hay hojas juguetonas, esas que escapan en complicidad con el viento en una orgiástica danza interminable y luego están - a nuestra suerte, también están - las bellas hojas de árboles sabios, que sirven de nutriente y abono a quien sabe disfrutarlas.
Así son las palabras, cada cual las toma como puede, como quiere y las valora, las atesora, las deja pasar o las rompe, o simplemente las mira, sin ver la profunda belleza en el mensaje secreto contenido en su interior.
Lo importante es lo que te hace sentir a tí;¿Te hace bien escribir? Eso vale. ¿Te gusta escribir? Eso importa. Lo demás, es lo que está de más.
M.D
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