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EL BILLAR Y LA CÁRCEL

Hacia mediados del año 1982, yo era mayor de edad y en septiembre, entre a la universidad a estudiar Administración de Empresas, por consiguiente ya había definido mi situación militar.
Al finalizar el ano salimos a vacaciones en diciembre y la dicha más grande era irme para Socotá, donde estaba la familia y los amigos, al igual que los otros estudiantes de la U, que en esa época no pasábamos de seis, era diferente, solo estaba la UPTC.
Y una de las distracciones en el pueblo era el billar, solo habían dos mesas, una de ñeque nene, como se apodaba al dueño y otra de Jaime Sandoval. En esos tiempos los menores de edad no podían jugar, porque si la policía los pillaba, se los llevaba para la cárcel y los ponía a lavar los baños del palacio municipal.
Un domingo como a las once de la mañana, nos encontramos varios amigos y decidimos irnos a echar un chico de billar, era día de mercado, como todos los domingos, cuando los campesinos traían sus productos agrícolas y ganaderos para la venta, asistían a misa y en la tarde se echaban sus polas, para devolverse contentos a sus veredas, era el día que más había movimiento en el pueblo, porque entre semana parecía un pueblo fantasma, no había nadie en las calles y las tiendas y almacenes permanecían cerrados.
Nos decidimos por el billar de Jaime Sandoval que quedaba en el segundo piso en una esquina de la plazuela, porque desde allí podíamos ver la llegada del bus de medio día de Expreso Paz de Río, que era otra de las diversiones de todos los socotenses.
Entre los billaristas estaban Justo, Luis, Javier, Manuel y Arnaldo y yo. Estábamos jugando cuando entro un señor desconocido y nos preguntó que si teníamos libreta militar, y todos contestamos que sí. El señor estuvo un rato viéndonos jugar y se fue. Al rato regreso con dos policías y de mal genio le dijo a los policías que nos detuviera y nos llevara para el calabozo porque lo estábamos irrespetando. Ahí, nos dimos cuenta que el señor era un reclutador, no lo explico los policías que eran amigos. En efecto era un reclutador del ejército de los que los días de mercado se pasan por los pueblos llevándose a los campesinos que trabajan la tierra. Nos pidió que le mostramos la libreta militar y Justo y Arnaldo se la mostraron y le dijeron a la policía y al reclutador, que los otros no tenían la libreta ahí, que no la cargaban, porque en el pueblo todo el mundo se conoce y solo se utiliza cuando se va a realizar alguna diligencia o se portan los papeles de identificación cuando se viaja, que de lo contrario no, porque los pueden uno botar. El hecho fue que nos condujo a la cárcel, a la cárcel que permanecía sola, de vez en cuando la habitaban los borrachos o esporádicamente alguna persona, por algún problema con sus vecinos. Allí estaba Juan Ariel, un amigo que por no hacerle caso a la policía lo había guardado, fue la alegría más grande cuando nos vio entrar. Empezó la gente a averiguar el motivo por el cual nos habían llevado, nuestros familiares, los amigos, la policía, el alcalde, la personera, los profesores, el sacerdote, la juez, los concejales etc. Todos hablaron con el reclutador y el al verse presionado por toda la gente del pueblo, aseguro que lo habíamos irrespetado y que debíamos estar en la cárcel para que cogiéramos escarmiento.
El padre José Diomedes Goyeneche, nos dijo, tranquilos, esperen a que se vaya el reclutador en el bus de las dos, que el alcalde y el comandante los saca. Pero este como vio que todo el pueblo estaba a nuestro favor decidió que se iba a las once de la noche. Nos tocó pasar la tarde encerrados. Todos aburridos nos pusimos a jugar golosa, a las cuatro esquinas, a pintar las paredes a escribir frases etc.
Por las ventanas del juzgado, la juez y las profesoras del colegio, amarraban a un cabuya gaseosa, chitos, papas y cosas para comer, al igual que por la ventana de la personería y del concejo municipal. La gente se turnaba en las ventanas para mirarnos en la cárcel, para burlarse y para hacernos llegar cosas.
Como a las seis de la tarde llego el sacerdote y vio las paredes pintadas con leyendas y dibujos como: “triunfar o morir”, aquí estuvieron”, “quien domina la mente lo domina todo”, “la peor cárcel es la cárcel dónde te sientes bien”, “La cárcel es el infierno, el carcelero es el diablo”, “el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”, “la esperanza es lo último que se pierde”, etc., y nos dijo, tienen que limpiar eso, ustedes son personas de bien, son estudiantes, futuros profesionales. Nos trajeron escobas, trapos, baldes y jabón y nos pusimos a la tarea, hasta que dejamos totalmente limpia las paredes y el piso del patio y las dos celdas que olían a horrible.
Cuando sonó el pito del bus a las once de la noche llego el carcelero, acompañado como de cien personas, para mirarnos salir y para burlarse. Eso fue toda una anécdota, nadie lo podía creer que nosotros hubiéramos estado en la cárcel, eso fue todo un acontecimiento.

Texto agregado el 19-07-2016, y leído por 92 visitantes. (1 voto)


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