Una mujer se yergue a mi lado. La había visto otras veces, incluso hace unos minutos. Se asomó, con su rostro tranquilo, de estatua, y ahora está más cerca de lo que entonces estuvo. Sus prendas son sencillas, de colores apagados. Es alta y delgada, su sombra se extiende a lo largo de los muros, me mira y me traspasa, observa al horizonte. La taza terminada, la panza llena, el papel trémulo por la brisa. Ya la tinta se acabó, y la música dejó de sonar. La mesa, a unos metros, muestra cicatrices, vestigios de una época temprana, pero que su mirada vuelve vieja.
Su figura se mueve a milímetros por hora, se acerca. Todo en ella es pálido, y su expresión serena a los derrotados. Es ángel y demonio de mis días, ¡y a cuántos más abrazará con esos brazos blancos y rígidos, y con sus múltiples copias sombrías, que crecen en la ausencia!
¡Ay, querida! Me ofreces tus manos, sus arrugas muestran, como tus ojos - perlas del tiempo - tu perenne postura, hija de la vida, madre del llanto, creadora de grietas donde las arañas más negras se esconden y esperan. Y tú si sabes de esperar, pues eres la más paciente de las damas, agazapada, aunque siempre firme, no te veo hasta que estás cerca, y sin embargo nunca te alejas.
He intentado rechazarte, ¿cómo podría negarlo?, más nada hay de útil en tal empresa, pues vienes porque te llamo, y me conoces como si existiera. No obstante hoy te invoqué, en vano, para que me salvaras de mis simulacros, y aunque estuviste distante, seguramente observando, viniste al fin. Te anhelo, cada vez más, deseo abrazarte, que la niebla de tus ojos guíe mis fronteras, que tu sombra me acune en la noche, que tu dedo anciano me selle los labios. Quiero hacerte mi esposa, hartarme de ti, como me harté de todo, cuando has venido a mi lecho.
No creas, sin embargo, que te confundo con otro espectro, cuando te anhelo, pues reconozco cuán poco duradero, ha de ser esta noche que, junta a mi lado, me regalas. Mañana te irás, a verme de lejos, como con todos, y no es secreto, que seguiré pidiendo que vuelvas. De modo que aprovechemos el tiempo, dama araña, tejedora de sombras, hija del alivio y desconsuelo, paridera de los males del niño cautivo, que todos tenemos dentro. Y cuando te vayas, como siempre lo haces, y me dejes en compañía de bocas que no callan ni hablan, espero tu hermana, benévola y puntual, aparezca a acompañarme, que se llama resignación, y no abandona a los que transitamos, parsimoniosos, el camino del tormento.
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