DE BOTE EN BOTE
Voy por la vida divirtiéndome como un niño, pateando un viejo bote de hojalata que representa mis recuerdos llenos de dolor y sin olvido. La muerte de mi madre, de mi padre y de mi hermano… fuerte patada al bote quien al rebotar contra el suelo ahoga mi gemido. ¿Catarsis? ¿Evasión ruidosa ? ¿Niñerías de un viejo senil? No lo sé, pero me parece más entretenido que golpes de pecho y una andanada de suspiros.
Ya lo sé ya lo sé, quien se obstina en olvidar, termina por recordar. Pero a cada patada al bote se sacude mi archivo memorístico. Es una forma de interactuar de mi conciencia pasada y la presente, a nadie le hago daño, salvo al bote que parece recordármelo con cada una de sus abolladuras. Después de todo lo ha dicho Milan Kundera en la Despedida: “Los ancianos se caracterizan por envanecerse de sus padecimientos pasados y convertirlos en un museo al que invitan a entrar a los visitantes.”
Por ello debo advertirles lo siguiente: Este relato de mis pesares y la forma de alejarlos de mí, pateando un bote, es ñoñería si ustedes quieren y mandan, pero no es una invitación a compartirlos, ni deben tomarlo como un consejo, después de todo las dos mejores circunstancias para dar consejos son: Cuando son pedidos y cuando de ello depende la vida de quien lo necesita. Porque son los casos en donde existe la mayor probabilidad de ser atendidos. Desde luego aquí no se dan las circunstancias descritas. Aquí se trata solo de decir algo, de dejar a la mano en su delirio por escribir, la cabeza cuerda para corregir y la otra mano despiadada para hacer un bollito y a la cesta cuando la cosa no funcione.
Entonces seguiré pateando botes, porque “Jamás al esfuerzo desoye la fortuna”, se dice en La Celestina de Fernando de Rojas. Seguramente mi esfuerzo pateador no será suficiente para alcanzar la tranquilidad que se hermana con el olvido. Por eso mismo ayer conseguí un bote nuevo y fui al parque donde hace años conocí a mi amada. Pasé la tarde pateando con furia aquel bote. A cada golpe que le asestaba reía a carcajadas, cómo no iba a hacerlo, si su lejanía es el recuerdo más doloroso que me atosiga. Por qué no debería de reír, si la risa como las lágrimas atempera el ánimo y sosiegan al alma.
Con las primeras sombras de la noche detuve mi arrebato, pues una gran fatiga invadió mi cuerpo. Fui a casa a descansar agobiado por un extraño malestar, hasta del bote me olvidé. Justo al llegar a casa sentí una punzada en el corazón… hoy al despertar encontré a mis padres y a mi hermano junto a mi lecho, felices me extendían sus brazos en señal de bienvenida.
Comprendí entonces lo sucedido y recordé el epitafio en la tumba del Marqués de Sade: “Si no viví más, es porque no me dio tiempo". Afortunadamente un alma piadosa colocó varios botes de hojalata junto a mi cuerpo antes de sepultarme.
Y porque siempre estuve de acuerdo con Sartre: “El destino del hombre está en sí mismo”. Entonces está decidido, deambularé por todos los parques de ultratumba pateando un bote hasta lograr apartar de mi mente para toda la eternidad el recuerdo de mi amada.
Jesús Octavio Contreras Severiano.
Sagitarion
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De la colección “Ñoñerías”
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