Me dolía tanto el alma que con el filo del cristal de una lámpara rota atravesé la carne de mi brazo. Un golpe de adrenalina me inundó. La esperanza de la liberación de mis angustias bailó con indecente locura en mi mente. Decidido, profundicé en otro corte.

El dolor tomó forma acuosa brotando de entre los tajos... oscuro… espeso.

Hice varios cortes más y terminé de rasgar ferozmente la carne con los dedos. Miré y actúe como si de otro se tratase. Enajenado, seguí desgarrando.

El dolor es real; huele a hierro. El dolor es real; lo escucho golpetear contra el piso fracturándose en mil gotas hasta convertirse en una poza negruzca que crece y crece. En ella veo un reflejo monstruoso, soy yo, soy yo ¡Debo matarlo!.

Me rompo y caigo de bruces eclipsando el silencio con mi grito.

…Angélica… ¿Dónde está tu voz, por qué no me rescatas?

Mi mente es taladrada por mil voces de demonios más fuertes que yo. Me habitan y dominan. No quiero hacer daño a nadie… nunca quise. —Mi pantalón Angélica, está empapado... como aquella vez.

Mi Angélica, recuerdo tu sonrisa, tu voz cuando me hablabas, Angélica ¿Cómo puede doler tanto vivir?

Una sensación pastosa me inunda, me voy desvaneciendo. Siento la tan ansiada calma.

...mi Angélica ¡Qué bella estás! Extrañaba tanto tu sonrisa. Háblame amor, dame paz... dime que al fin me has perdonado...



M.D