EL CIRCO
Hagamos aquí una pausa, dijo la bailarina de aquel extraño circo. Sí una pausa más larga de la propuesta por mi compañera, agregó otra bailarina con un sombrerito redondo sobre si, que la diferenciaba de la primera. Mejor un alto momentáneo para luego continuar con la función. Sugirió un payasito regordete vestido completamente de negro quien sostenía frente de su cuerpo una varita también negra como indicando algo.
Enseguida tres enanitos en perfecta fila, con paso misterioso se hicieron presentes sin decir nada, a pesar de su silencio, quienes los veían estaban seguros que su presencia anunciaba algo por suceder. Se unieron al grupo dos contorsionistas. El primero realizando su acto de contorsión de pie y el otro en posición invertida, ambos con su acto circense se preguntan qué misterio se escondía en el andar de aquellos payasos en fila.
Mientras en la pista de al lado, otros personajes se desentendían de todo, solo practicaban su propio acto. Dos equilibristas, uno encima del otro se mantenían en perfecta posición vertical a manera de una puerta abierta por donde surgiría algo interesante. Más allá dos trapecistas como suspendidas en el aire con los brazos abiertos ensayaban su número de caída libre. En el espacio entre ellas al realizar su vuelo sincronizado cabía perfectamente el mensaje de la importancia de su trabajo.
¡Y llegaron los saltimbanquis! Siempre juntos realizando su tarea, paradito cabeza en alto el primero, el otro cabeza abajo cerrando la sesión, invariablemente provocan… ¡admiración! Estos a una voz gritaron: ¡Somos signos ortográficos, terminemos la función!
Hubo, risas, aplausos, gritos, vítores y entre la algarabía se escuchó la voz autoritaria del regordete anunciador del circo quien ordenó: — ¡Punto final al escándalo! Luego agregó impositivo:
— ¡Cada quien a ocupar el lugar que le corresponde! para darle sentido al libro de la vida de quienes atienden nuestra función.
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