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El Genio de la Lámpara
Mientras frotaba la lámpara ya estaba degustando mis deseos, mucho más esperanzados y específicos que los que elaboramos cuando apagamos las velitas en nuestros cumpleaños.
No existe un manual que indique cuanto tiempo de faena hay que realizar hasta que aparezca el genio, aunque ya iban cincuenta minutos y el bienhechor no aparecía.
Estaba en Jericó, una de las ciudades más antiguas de la humanidad, cercana al mítico río Jordán, realizando estudios arqueológicos, junto a un grupo de jóvenes especialistas enviados por las Naciones Unidas.
Cuando emergió del suelo la inconfundible silueta de la lámpara, estalló mi mente, no podía creer que un estructurado investigador pudiera soltar tantas dosis de imaginación ante el singular hallazgo.
Fue en aquellas tierras, hace dos milenios, peregrinaba el profeta que cambio la historia de la humanidad.
Testimonios de los evangelios nos traen a la memoria la historia de Zaqueo, aquel recaudador de impuestos que hospedó a Jesús en su vivienda. La historia continúa con el usurero redimido.
Algo me decía que esa lámpara mucho tuvo que ver con las posesiones de Zaqueo.
¿Cuánto la habría frotado? ¿Cuánto tuvo que ver la fortuna del usurero con los esotéricos poderes de la lámpara?
Otra vez mi imaginación volaba y veía al profeta pidiéndole sus deseos al genio. Una represión mística me sobrevino ante la blasfemia al Elegido.
Dejé a los personajes en el lugar que la historia los puso y me aboqué a la faena de develar los mitos de la lámpara.
Hoy día, entre los hallazgos arqueológicos que se exhiben en el Museo del Cairo, se puede ver aquel utensilio que hizo delirar a aquel rústico investigador.
La contribución fue realizada por el filántropo William Henry Gates, o simplemente Bill Gates, como quiero que me recuerden.
OTREBLA
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Texto agregado el 09-07-2016, y leído por 113
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