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Bruno permanece dos minutos parado sobre cuatro de los adoquines del empedrado de la calle Humboldt mirando detenidamente la inscripción Club A. Atlanta.
El viento, pesado, agita las tres bolsas repletas de cartones y botellas que tiene en sus manos. Mira el cielo, sonríe y comienza a caminar.
Tiene 35 años y ya perdió todo por su adicción a las drogas. Los años lo patean como si hubiese vivido un siglo. Es joven, pero tiene manos grandes llenas de callos, pelo largo hasta los hombros colmado de canas, boina celeste y grietas en sus pómulos que se parecen a las de la vía.
Otra vez se detiene un instante a mirar las paredes del club, a intentar buscar respuestas, recuerdos o ilusiones mientras lee «Con el sueño de volver a primera. Atlanta es de Todos». Quizá desde una de esas ventanas rotas lo vio ascender, quizá en la rajadura más honda de la pared pintada de amarillo oscuro encontró a su hermano festejando algún gol.
Los árboles, inmensos, envuelven los cordones angostos. Bruno apoya las bolsas en la vereda y saca del único bolsillo que no tiene agujeros su carné de socio. Piensa que este lugar es el único que lo quiere y lo acepta como es; el único que le sigue abriendo las puertas a pesar de todo.
Las hojas amarillas cubren casi todos los espacios de la cuadra, el grito de los pájaros sólo se interrumpe con la bocina del tren o algún saludo entre vecinos; los almacenes están con las puertas abiertas y las indicaciones de «Prohibido estacionar» escritas en los portones de la cancha con aerosol.
Todavía dan vueltas algunos papelitos que quedaron del partido de ayer, todavía pasan algunos con la camiseta de rayas verticales azules y amarillas, todavía alguno tiene el gorro. Dos de cada tres personas que caminan giran la cabeza para ver la cancha, sonríen y siguen.
Bruno vive en la calle Humboldt desde hace 35 años; a veces cambia los cartones de vereda cuando le da la lluvia o el sol.
Suspira tan fuerte que se le vuela el carné ya chamuscado. Sale corriendo y asustado a buscar el único pedacito que lo mantiene feliz. Lo agarra y se lo aprieta contra el pecho mientras se le cae una lágrima tan gruesa que le limpia la mejilla llena de tierra.
En Villa Crespo el aire es siempre cálido y el día amarillo o azul. Todo lo que se percibe tiene forma de pelota y serenidad. Los pájaros se van callando, Bruno sigue pensando y se va aferrando a lo único que le queda.

Texto agregado el 09-07-2016, y leído por 140 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-09-2016 historia de muchos barrios, el futbol es el opio del pueblo , pero que lindo es ver jugar a los que saben, sin egoismo ni especulaciones satini
09-07-2016 Un texto muy bien escrito y con algunas frases rotundas: "los años lo patean como si hubiese vivido un siglo". "grietas en sus pómulos que se parecen a los de la vía". Excelente. Mis 5* para ti. maparo55
09-07-2016 Me quedó la impresión de haberlo ya leido. Seguramente es una reposición. Villa Crespo guarda muchas historias y personajes, un barrio para vivir seroma2
 
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