Parada tras el vidrio se pone pensativa. Su boca, nariz y frente se instalan frías al apoyarse sobre él, uno que no es sólo material sino una división entre su espacio y la realidad.
¡Ay, ella! Tan dichosa entre sus cosas, tirada sobre sus papeles, haciendo casitas con sus discos, arrojando cuerdas de la guitarra que ya no sirven por el aire, contando las maderitas del piso, peinándose frente al espejo, despeinándose, lavando los platos o dejándolos sucios, cambiando el rollo de papel higiénico o reemplazándolo por uno de servilletas, colgando la ropa o dejando la cama sin hacer. Cualquier cosa, cualquiera la mantenía radiante si estaba alejada de lo que había más allá de ese vasto y grueso cristal.
En algunas ocasiones se preguntaba qué es lo que sucedía allí afuera que la gente en las calles parecía tan asustada, apurada y obstinada. Observaba cómo las personas fruncían el ceño constantemente y retorcían los dedos frente a cualquier situación.
Olía algo raro, nauseabundo, no sabía definirlo pero era detestable, oía rechinar los dientes de mujeres y hombres al cruzar la calle, las bocinas de los autos que además largaban un espantoso humo negro, manos constantes arrojando basura al suelo como si él fuera culpable y merecedor de todas sus miserias, algunos pidiendo limosnas y todos tan indiferentes, demasiado insensibles a su especial juicio.
Seguía sin descubrir qué era lo que acontecía en el exterior de esas cuatro paredes, pero no le interesaba demasiado, sólo en raras circunstancias en las que una sensación de soledad comenzaba a subir por su cuerpo hasta tocar el corazón y llegar al cerebro.
Sin embargo prefería el aislamiento, la incomunicación y ese estremecimiento antes que arriesgarse a inhalar otro aire, uno que le parecía tan contaminado, ennegrecido y descompuesto, no quería no, ¿la osadía para qué?
A veces piensa que la felicidad sería plena si fuera compartida, pero por ahora está dispuesta a mantenerse en esa cuerda, estable, ya conocida e impregnada de sus olores y pertenencias.
Sólo el hecho de pensar, o imaginarse atravesando el cristal le eriza la piel, le da escalofríos y produce temblores. |