Anoche tuve una pesadilla más real de lo que pensé:
Ahí estaba yo al medio del circo. En medio había un ojo que miraba a todos lados pero estaba vendado, a su izquierda una boca que todo lo decía pero no tenía ni dientes ni lengua y a su derecha un oído que todo escuchaba pero su tímpano reventado sangraba. Frente a ellos, y en círculo, entre chillidos y mugidos, las personas caminaban emulando estos sentidos. Omnisapientes que no sabían nada. Sabios, válgase la redundancia. El sabio todo lo sabe, y por saberlo todo no sabe nada más, condenándose así a no saber nada.
¿Qué es lo que yo veo? - ¡yo lo veo! - ¿Qué es lo que yo digo? - ¡yo lo digo! - ¿Qué es lo que yo escucho? - ¡yo lo escucho! -. Yo no sabía nada sobre mí, todos sabían todo sobre mi, y sobre todos colgaba un panóptico ciego que no veía nada y era adorado como un dios. Todos lo saben todo, uno solo no sabe nada ni nada sabrá nunca.
Estaba aterrado pues no sabía nada de mí y tenía miedo de perderme entre la gente que de a poco empezó a nadar en un torbellino de agua, con los tres dioses al centro. Me estaba ahogando e implorando ayuda solo conseguí que me odiaran: - ¡yo sufro más que tú! – me decían - ¡yo he sufrido más en el pasado! – me gritaban - ¡tú no sabes lo que es sufrir! – cantaban al unísono, y por más que gritaba que iba a morir solo recibía reclamos a cambio: “nunca sufrirás tanto como yo”.
Cada cual nadaba por su lado, ahí me di cuenta que era una competencia, el que nadaba más fuerte era el más sabio, y el que nadaba más fuerte se salvaría decían, pero entre más sabios eran y más nadaban más se acercaban al centro del torbellino, ahí quedaban ciegos completamente en su centro y se ahogaban solos sin ver a nadie más, nunca.
Finalmente acepté mi muerte y me dirigí hacia el centro. Ahí, antes de morir, vi por última vez a la gente y como un lobo caminaba en la tierra al borde del torbellino - ¡debe ser libre!, ¡pobre lobo no es libre! – el lobo solo miró una vez y siguió caminando, como si nada de aquello tuviera importancia para él, preso de su incomprensión, preso de su instinto, quizás solo así, en ese estado salvaje, es que nada de esto importa, pues saber no importa.
Al despertar preso del pánico comprendí que estaba solo. La nada no es incomprensible. El todo no te quiere comprender. A la gente no le importas. |