El Sr. Guerra y la gran Reina Británica
En la tarde aburrida medito la dependencia que me aqueja. Es tan sutil como engañosa y sus zarcillos suben por mi espina, con mis axones se acoplan y mi cerebro encantado con su flauta, se interna en mundos imaginarios.
Mientras tanto, la atención se divide en diversas tareas que se multiplican y llega un punto donde ya no sé qué hace qué ni quien con quien. En la caja mágica que la técnica me dice, está llena de procesos, de memorias y de puertos sin el mar. Cada elemento baila su danza, pero la orquesta ha perdido el ritmo y por más que agito la batuta, pulso aquí y pulso allá, la cacofonía aturde, el “in crescendo” escala, y el infierno me alucina.
“Power off” y se terminó. La pantalla negra me hace presentir los electrones, pero resisto con la frágil sobriedad del borracho irredento y es entonces cuando la musa, Calíope o Erato, despierta, cuando los renglones, se ofrecen marciales, y cuando mi mano pierde la carrera frente a las letras que la mente quiere escribir. Tan veloces son.
Rememoro las lecturas de la mañana que conservan aún el gusto a café. Saboreo cada frase que al resbalar en la manteca y la mermelada hienden el alma como flecha. Flecha que de gozo, desangra colores del amanecer, vierte lozanía a los años y empuja el ánimo a volar.
El océano azul recorro en bote de pescador; lo saludo a Guerra que comanda al Holandés Errante, lastra la bodega con libros y hace brillar su camarote con el candil del genio. Desde la borda me grita su cercanía, se preocupa por mi salud y lamenta el destino aciago que sin brújula no conducirá a puerto alguno.
Con voz ronca le contesto que no hay más destino que el que toca, bueno o malo. Que no es un fardo sino una oportunidad y que la sintonía es mutua. La cercanía con su alegría y carcajadas malograría la lucidez que se comparte, pues no es fácil encontrar al amigo que reflexione con agudeza y “chispa”. Para ello es necesaria la mediación del tiempo y de la escritura. Sólo la fantasía nos reunirá en el abrazo de cariño, respeto y risas en un bodegón que salan otros mares.
Remo para alejarme y en la superficie, azul, flota una botella con mensaje. En él reconozco la firma de la gran Reina Británica y la equis que marca su atolón de melancolía. Pide al navegante que recuerde su trágica pérdida e interprete el canto que acompaña. Despliego la vela latina que engorda y me lleva. Con un zig el océano se achica y con el zag encallo en el arrecife. El canto en itálica sueña besos nostálgicos que se llevan con la esperanza de que sean realidad.
Levanto la vista, abandono ese sueño prestado y tirito de frío en la penumbra. Mientras las hojas del relato arden para darme calor, olvidadas en el hogar, la musa duerme, la mano descansa y mi alma se pregunta ¿Qué tuvo de extraordinaria esta mañana?
Carlos Caro
Paraná, 3 de junio de 2016
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