Limpió los restos de colonia esparcidos por el baño, a la vez que mojaba una toalla, indagando el botiquín de frascos extendidos en una fila eterna. Se miró al espejo con su mejor cara, que era desdibujaba por una barba insipiente, mientras su aliento ansioso se perpetuaba hacia la habitación contigua, donde su víctima yacía desnuda, atada a una cama. Entonces su cuerpo se acercó cargado de erotismo, para golpearle con la toalla húmeda. Marcia no hacía más que recorrer su rostro bajo la mordaza de la boca, mientras él iba y venía lentamente, orgulloso en las profundidades: - ¿Te gusta así? – decía - enraizando las manos en sus pechos –
- ¿Así verdad? - ante una espalda mustia que yacía presa -
Hasta que la piel cobró una nueva vida en el espasmo de su vientre, y sus manos dejaron de aferrarla. Después, sólo restaron sogas desahogando brazos informes, un pañuelo mordido por sus labios, junto a ese cuerpo masculino deambulando entre las sombras. El sexo continuaba flotando con el cuarto, sobre el cadalso de la cama que aún sabía a tortura; mientras ella, herida y mutilada, sólo preguntaba: - ¿El próximo jueves a la misma hora, verdad...?

Ana Cecilia.