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-¡Pero que estás haciendo! –exclamó furioso el profesor.
-Lo que usted me pidió –le dijo el estudiante asustado mientras trataba de escribir en el pizarrón.
-¡Te dije que encuentres el valor de “X” en la ecuación!
-Y eso hago.
-¿Pero qué estás haciendo? ¡Es la quinta vez que tratas de despejar la variable y nunca lo haces bien!
-Bueno, pero no se enoje.
-¿Que no me enoje? ¡Que no me enoje! ¡Vuelve a tu lugar!
El estudiante agachó la cabeza y volvió a su asiento.
-¡Eres un idiota! –Le dijo su maestro mientras se sentaba- ¡Y nunca dejarás de serlo! ¡Nunca serás nada en la vida! ¿Me oyes? ¡Nunca!
Esas palabras comenzaron a resonar en la cabeza del joven por el resto de la clase como un eco interminable.
“¡Eres un idiota!”, “¡Nunca serás nada en la vida!”, “¡Eres un idiota y nunca dejarás de serlo!”
Esas tres frases se oían en la mente del joven, que se encontraba llorando en silencio sobre su pupitre.
-No soy un idiota… -se decía- ¡no lo soy!
Después de mediadora sonó el timbre. Todos se retiraron menos él. El maestro lo observó por un rato. Hizo una mueca de desprecio y comenzó a leer unos papeles. Entonces, cuando estaba más concentrado, unos pasos escuchó. Levantó la cabeza y al alumno vio, con los ojos rojos por tanto llorar.
-¿Qué es lo que quieres? –le dijo en tono despectivo volviendo a ver sus papeles.
-No soy un idiota.
-¡Ja! No me hagas reír.
-Ya lo verá. Se lo demostraré.
-¿Así? Pues lo dudo.
-¿Y qué quiere como muestra de que no lo soy?
-Te quiero ver en la portada de una revista famosa.
-Hecho.
-Espera, aparte de eso también quiero $800.
-¡Eso es todo?
-Si.
-Pues tenemos un trato.
El estudiante extendió su mano. El maestro miró la mano un momento y luego lo miró a él. Finalmente se la estrechó. El estudiante se retiró. Cuando se hubo ido el maestro se rió entre dientes.
-Idiota… -dijo para si.

***
Sonó el timbre que indicaba el final de la clase.
-Muy bien –dijo el maestro-, quiero sus reportes para mañana. ¡Y no olviden que este lunes es el examen!
Todos los alumnos se retiraron. El maestro los observó sentado desde su silla con un poco de tristeza. Era su último año trabajando en el Instituto (35 años educando a muchas generaciones). Lanzó un suspiro. No quería jubilarse, pero ya era tiempo.
Sacó de su escritorio el anuario y comenzó a hojearlo con mucha nostalgia y melancolía. De vez en cuando se secaba una lágrima que llegaba a su mejilla. Muchos de sus estudiantes habían llegado a ser profesionales exitosos y de renombre.
Cuando llegó a la graduación del 2016, mientras veía los rostros de su sección, le llamó la atención uno en particular. Frunció el seño tratando de recordar quien era.
-Este rostro… Eduard White… ¿Quién era?
El maestro seguía luchando con sus pensamientos tratando de recordar quien era ese joven, hasta que por fin lo logró.
-¡Ah si, ya me recordé! Con este hicimos una apuesta hace quince años… pues al parecer tuve razón, nunca llegó a ser nada en la vida porque aún no lo he visto en ninguna revista famosa y ni he recibido y un dólar de los 800 que…
El maestro fue interrumpido por unos golpes en la puerta del aula.
-Adelante .
Un mensajero entró con un paquete en la mano.
-Buenas tardes maestro.
-Buenas tardes.
-No se si me recuerda.
-¿Recordarte? ¿Cómo no te voy a recordar Arturo Sánchez? Eras el más revoltoso de la graduación del 2020.
-Ah si… -suspiro-, vaya tiempos, ¿eh?
-Si… ¿Y qué te trae por aquí?
-¡Ah! Aquí le traigo este paquete.
-¿Para mí?
-Si, para usted.
-¿Y quién me lo mandó?
-Prometí que no diría el nombre.
-¿Por qué?
-El remitente me lo pidió. Pero tranquilo, dentro del paquete está el nombre de quien lo manda.
-Está bien. Gracias Aturo.
-A sus órdenes.
El mensajero salió y el maestro abrió el paquete. El paquete contenía un sobre, una carta y algo envuelto. Parecía un pequeño cuaderno. El maestro tomó primero la carta y la leyó.

“Querido maestro:

Primero que nada ¡hola! No creo que me recuerde, así que le refrescaré la memoria.
Soy Eduard White, hicimos una apuesta hace quince años.
Usted me llamó idiota y yo le dije que le demostraría lo contrario. Apostamos y estrechamos la mano para validar la apuesta.
Cuando me gradué sus palabras aún seguían presentes en mi mente
-Yo puedo -me dije-, no me rendiré jamás.
Con esa mentalidad entré a la universidad y escogí la Licenciatura en administración de empresas. Los primeros dos ciclos fueron fáciles, pero al llegar el segundo año me compliqué una barbaridad. ¡Necesitaba 10 en todas las materias para pasar! Estaba desesperado. Mientras estudiaba una noche, prácticamente colapsé. Voltee la mesa donde estaban mis libros y me tiré al suelo a llorar.
-Es todo –pensé-, ya no puedo más. ¡Es demasiado para mi!
En eso, su voz apareció en mi mente.
-¡Ja ja ja! –Se reía-, ¡eres un idiota y nunca serás nada en la vida! ¿Me oyes? ¡Nunca! ¡Ja ja ja!
Esas palabras de alguna manera me dieron fuerzas.
-No soy un idiota… -me dije-, ¡no lo soy!
Seguí estudiando toda la noche. Gracias a Dios logré cumplir la meta y pasé el ciclo. Al final de la carrera pude graduarme sin necesidad de tesis (ya que me gradué con CUM honorífico.
Lo había logrado, me había superado… pero aún quedaba mucho por hacer todavía.
Me puse a buscar empleo, pero no todo salió como esperaba. Pasé 3 años sin empleo.
Estaba pasmado, no sabía que hacer. Entonces, se me ocurrió una idea: Crear mi propia empresa.
La idea rápidamente prosperó en mi cabeza. Me imaginaba cosas y me empezaba a gustar.
Pero cuando estaba en lo mejor de imaginar, ¡boom!, todos los posibles riesgos aparecieron en mi cabeza: rentas, impuestos, quiebras…
A los pocos segundos moví mi cabeza rechazando la idea. No podía hacerlo.
-¡Ja ja ja! –Escuché su voz en mi cabeza- vaya, vaya Eduard. Estudiaste 5 años para ser administrador… ¿para qué? ¿Para ser un fracasado? ¡Ja ja ja! ¡Eres más idiota de lo que pensé!
Esas palabras, esas palabras… ¡esas palabras me hicieron levantarme!
-No soy un fracasado –dije-, ¡y menos un idiota!
Puse un pequeño negocio en casa. Los primeros 2 años fueron duros y los cerré con números rojos. Pero poco a poco el negocio mejoró y en 3 años había triplicado mi inversión.
Sin embargo la demanda era mayor a nuestra capacidad (el pequeño negocio del que le hablo es un pequeño cine con capacidad para 100 personas), así que teníamos que buscar un local más grande. Por fortuna había un local en el centro con capacidad de más de 100 personas. Originalmente el cine funcionaba los sábados y domingos con 2 películas cada día, pero al mudarnos al nuevo local amplié los días al viernes con una función y los sábados y domingos con 3 funciones (¡7 en total!). Nuestros clientes estaban emocionados. Actualmente, y gracias a Dios, todo va viento en popa… Pero aún faltaba algo, aún tenía que hacer una cosa más.
Hace 2 años vi la noticia de un amigo mío que presentó una gran idea: Un aparato capaz de convertir el agua venenosa de los cactus en agua potable. Se oía genial la idea. Pero desgraciadamente la idea fue rechazada por considerarse inútil. A mi no me parecía inútil, así que decidí invertir en ello.
Actualmente una empresa le compró el aparato a mi amigo por varios millones, ya que la calidad del agua que salía luego de pasarla por el aparato era muy superior.
¿Pero cómo pasó todo eso? Resulta que una de las personas que compró el producto (que fueron pocas por cierto) era el dueño de dicha fábrica y, además, el creador de una ONG que opera en África. Le fascinó el producto y ahora su fábrica se encarga de producirlos y usarlos para mandar agua potable a los niños de África.
Hace unos meses una revista famosa le pidió a mi amigo una entrevista. El aceptó bajo una condición: que yo también fuera entrevistado. ¿Lo puede creer? ¡Yo no lo creía! Fue en verdad un gran momento para mi…
En fin, escribí esta carta para agradecerle, agradecerle por todas esas palabras que me dijo. Porque estoy seguro que sin esas palabras yo no estaría donde ahora estoy… ¡Muchas gracias Maestro!

Atte. Eduard White”

El maestro terminó de leer la carta y contemplaba el sobre junto con la cosa envuelta. Estaba escéptico. ¿Sería la carta verdad? ¿O solo una vil mentira? La única forma de saberlo era abriendo el sobre y la cosa envuelta.
Abrió primero el sobre. No podía creer lo que miraba. Había 8 billetes de cien dólares. Tomó rápidamente la cosa envuelta y rompió en pedazos la envoltura. Ahí estaba ese alumno, ese alumno al que hace 15 años le había dicho idiota, posando para la portada de la revista People.
FIN

Texto agregado el 04-07-2016, y leído por 112 visitantes. (1 voto)


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